Opinión

Argumentos y remed(i)os

Nadie está comiendo ricos, es que por una vez no se está dejando que éstos escalen sobre los cadáveres de los pobres.

Por Rafael Ramírez Eudave

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Fuente Anne Wernikoff para CalMatters, iStock

Para el economista francés Frédéric Bastiat (Bayona, 1801 – Roma, 1850), una “expoliación legal” permite que los Estados roben la propiedad ajena sin su consentimiento, en el sentido de facilitadores de una desproporción en la acumulación de bienes, transfiriendo la riqueza a un grupo selecto. “Cuando el saqueo se convierte en el modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad, no tardarán en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique”, dicho lo cual es más claro explicar los mecanismos que un Estado a la medida genera, sostiene y promueve para mantener un juego de privilegios de la élite. En el estado neoliberal la élite privilegiada no solo es tremendamente rica, sino que forma parte de una élite para la que las fronteras entre estados son intrascendentes y, en realidad, termina por ser una sola élite de la realidad globalizada. De hecho, la frase de Bastiat podría perfectamente suplir la palabra “saqueo” por “privilegio” para ilustrar no pocos de los mecanismos que guían nuestras vidas.

Para Bastiat, probablemente, hubiera sido casi lógico que una de las reacciones a la llegada de la ansiada vacuna fuera, precisamente, la exigencia para que fuera colocada en el mercado. Dicho en otras palabras, que la vacuna fuera para el que la pueda pagar. Al igual que muchos estados (en Europa, por ejemplo), el Gobierno mexicano dispuso que la vacuna fuera gratuita y universal, distribuida con un programa que pone en primera fila al personal que enfrenta cara a cara la enfermedad, las personas con condiciones médicas que suponen un riesgo de agravamiento en caso de contraer la infección y dejando al último a las personas estadísticamente menos vulnerables. No han sido pocas las voces que se han pronunciado por una liberación de la vacuna en el libre mercado, ya sea anticipando usos partidistas o afirmando el fracaso del Estado para distribuirla. Esas personas, dicho sea de paso, están medrando con vacunas que ni siquiera existen. Como todos deberíamos saber, la existencia de la vacuna es un problema completamente distinto al de su producción y distribución en masa. Hasta el día de hoy, la cantidad de vacunas fabricadas es minúscula y el embudo está muy lejos de existir en la distribución. Entonces, si el objeto del problema no existe, es pertinente entender en dónde sí existe un objeto problemático.

“Cuando el saqueo se convierte en el modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad, no tardarán en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique ”

El primer problema, aventuro, está en una puerilidad sistemática que ha hecho de nosotros unos seres que están convencidos en merecer cuanta cosa pueden comprar. Hemos hecho del privilegio, un mérito. Un problema relativamente venial (en su contexto) que es primo de hábitos de consumo censurables, como mantener un ejército de repartidores precarizados para acercarnos hasta las compras más irrelevantes a la casa, sostener la producción y consumo de aparatos electrónicos a un ritmo insostenible y depredar sin límite los recursos naturales. Porque nos lo merecemos. Porque podemos pagarlo. En ciertos aspectos, un sentido de la necesidad que hace no muchos años podría clasificarnos entre niños y adultos.

Un segundo problema es la marginalidad de la ley en México. En un país donde la ley está hecha para ser aplicada con rigor hacia los pobres y para darle medios y salvoconductos a quien puede pagarlos, la aplicación de una norma igualitaria es escandalosa. En México la ley depende de la extracción, color de piel y tamaño de la cuenta bancaria del ciudadano. Por ejemplo, existen ya personas promoviendo juicios de amparo. Éstos son una peculiaridad del sistema de justicia mexicano que sirve para interponer un juicio (costoso) para suspender acciones legales que podrían afectar a una persona, por lo que es usado habitualmente para retrasar órdenes de aprehensión y facilitar la elusión de la justicia. Ahora se está usando —por aquellos que pueden permitirse sostener un juicio de estos— para exigir la vacuna antes de lo que el calendario marca. Un viejo conocido del México donde el que lo paga, lo obtiene.

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El tercer problema es un viejo conocido. La añeja desesperación por desterrar lo que nos iguala, etiqueta de comunismo mediante. Ante un virus que infecta a pobres o ricos, estar vacunado se percibe también como un signo de distinción. No estoy exagerando: ya hay gente trabajando intensamente en hacer aplicaciones informáticas y pasaportes serológicos para demostrar que uno no es cualquier vulgar no inmunizado, sino que es alguien preparado para viajar y volver a vivir sin restricciones vulgares. También desde esa perspectiva es entendible que ofenda estar en lista de espera. En nuestro sistema, esperar es cosa de pobres. Esperar por un servicio es porque es un servicio para pobres.

Un cuarto problema, más oscuro todavía, tiene asquerosos resabios higienistas. Ante una realidad donde los países ricos han acaparado (y seguirán acaparando) las primeras producciones de las vacunas, volvemos a encontrarnos el hemisferio de los apestados, los pobres, los que regresan de pasados infames para recordarnos otros estigmas, incluso presentes, como la también pandémica situación del VIH. Aunado a las aplicaciones y pasaportes serológicos, cabe la razonable provocación: si hoy nos dejamos etiquetar por el coronavirus, a poco o nada estaremos de legitimar etiquetarnos públicamente por el VIH, el VPH o cualquier condicionamiento clínico. Un sueño de la eugenesia.

Un quinto problema es el mercado mismo. Ese mercado ya dejó ver su postura ante la actual pandemia a través del manejo del equipo de protección elemental como mascarillas y gel antibacterial, pero también de ventiladores y equipos hospitalarios que también fueron (¿alguien lo recuerda?) acaparados y comercializados a precio de oro. Pues ese mismo mercado es en el que se supone que confiemos una vacuna. Si no se dijera en serio, podría hacerse un buen chiste de ello.

Quizá habría que hablar muy despacito con quienes están berreando para que la vacuna se pueda comprar. El planteamiento no es negar la vacuna a nadie. En el mejor de los casos, es negar el ejercicio de ser primera clase. No se está negando al mercado acceso al excedente de las vacunas, es que no existen tales. Nadie está comiendo ricos, es que por una vez no se está dejando que éstos escalen sobre los cadáveres de los pobres.

Con el mejor de los ánimos y para aquellos que están promoviendo remedos de razonamiento para defender lo indefendible, sugiero el ejercicio de tres virtudes necesarias cuando uno no puede tener lo que quiere cuando lo quiere y como lo quiere. La primera es paciencia, hasta que nos toque el turno de vacunarnos. La segunda, es prudencia, para cuidarnos y cuidar a los otros mientras esperamos. La tercera, es sinceridad. Es de niños mentir así.

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Rafael Ramírez Eudave es estudiante de doctorado en la Universidade do Minho, Portugal..

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