Opinión
Crimen a la Carta
Por Mauricio Zarate Gozalvez
- 28-10-2020
Ante todo saludarle muy cordialmente. Se extrañará, que me dirija a usted con tanta confianza, quizás se pregunte si alguna vez nos hemos visto, eso no se lo puedo decir ahora, pero como verá posteriormente, no somos desconocidos. A continuación, le contaré tres cuentos, de estos, uno de ellos es un crimen, los otros dos no; su tarea, distinguido lector, será descifrar cuál es. Empecemos.
El Robo
El 14 de septiembre se vieron de incógnitos; ella tímida, él paciente. Se saludaron con un beso lento, con los ojos cerrados y los labios apretados. Él no tenía prisas, pero ella lo hizo reaccionar, le dijo que el plazo corría, que los estaban buscando y eso que aún ni siquiera habían cometido el robo. Se sentaron en la oscuridad de la plaza y planearon todo. Aceptarían que hayan heridos, pero bajo ninguna circunstancia podrían ser ellos. Esquivar a los guardias sería lo más difícil, él tenía experiencia, incluso alguna vez lo habían agarrado y él les habló para que lo liberen. El problema era ella, su miedo a los guardias era enorme; y el riesgo de ser atrapada era perder lo más valioso que tenía, su libertad. Mientras armaban el mapa para entrar al banco, y aseguraban los tiempos, parte de ella temblaba de miedo, se había rendido tantas veces, pero al mismo tiempo se había arriesgado tantas otras sin buenos resultados, “¿por qué ahora el riesgo valdría la pena?” se preguntaba su cabeza, “¿por qué no?” se respondía la misma en silencio. Él sabía que podía robarse la caja fuerte de día o de noche, con gente viendo todo o con el banco totalmente vacío. En realidad no importaba, la ecuación del robo solo tenía dos componentes: ellos y los guardias; finalmente ella decidió que sea de día, él obedeció su deseo.
Llegó el día, el único problema que tenían eran los guardias (y a veces ellos mismos), superados ambos, el robo sería un éxito. El banco estaba abierto y lleno de gente, algunos los miraban como esperando que su robo tenga éxito, otros en cambio trataban de disuadirlos con la mirada. Los guardias no sospechaban, pero era claro que estaban alertas. El guardia de la entrada les preguntó dónde se dirigían, ellos mintieron, les creyeron. Ellos esquivaron unas cámaras de seguridad, se pegaron a la pared, e identificaron la habitación donde se encontraba la caja fuerte. Primero fue él, con sigilo, lento pero sin miedo y sin dudar; entró a la habitación y dejó la puerta entreabierta para ver lo que hacía ella. Ella fue dudando, tardó, no supo cómo llegar, retrocedió; hasta que vio la gorra de uno de los guardias, pero al verlo a él en la puerta, contemplar sus ojos, en lugar de retroceder como tantas otras veces, corrió hacia la habitación. Una vez adentro pusieron manos a la obra, empezaron a abrir la caja fuerte. Entonces y tras mucho trabajo, abrieron la caja fuerte y al ver dentro de ella: se encontraron a ellos mismos, abrazados, juntos, libres.
El Asesinato
En un beso lento vi pasar mi vida,
Con la brisa en tus cabellos,
mi sonrisa en tu mirada,
reviviendo momentos como aquellos…
Podrás decir que no significó nada,
pero tu corazón y tu pasión se sintieron acorraladas.
Aquel primer beso te dejó en una encrucijada,
ignorar tu cabeza, obedecer a esa emoción recién creada…
Empezaba a retumbar en su cabeza, él hacía todo para no pensar en eso, pero le era casi imposible. «Tuve que matarte, tienes que estar muerto, vete por completo de una vez» pensó con urgencia, casi temblando, entonces entró el inspector, él sabiendo lo que era un interrogatorio, prefirió no esperar ni un segundo, y hablar de una vez.
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— No todo sale como uno espera, hay momentos, circunstancias, errores, al final quizás fue solo eso, un error, un error que ya está hecho. Dígame que está muerto, por favor dígame que lo maté —Dijo él con la mirada perdida mientras fumaba un cigarro.
— Un error con consecuencias terribles, no entiendo cómo creías que podía salir bien. Más aún si no te importaba que te atrapemos. Las dudas son: ¿cómo y por qué? — Le respondió el investigador, mientras él seguía mirando al vacío. Entonces, con voz apagada, casi como un suspiro empezó a responder.
—¿Acaso importa? ¿Acaso me importa que me atrapen o me encarcelen? La única pregunta que importa es si murió. ¿Por qué lo hice? porque debía hacerlo, no tenía alternativa, más allá de si quería hacerlo o no, más allá de si lo había planeado o sólo pasó, lo que importa es que lo hice, ahora respóndame si murió.
— Al decir que lo hizo porque no tenía alternativa ¿a qué se refiere?, ¿lo estaba atacando? ¿fue en defensa propia? — preguntó curioso el inspector mientras también encendía un cigarro imitando a su contraparte.
— Sí, me atacaba, con sus palabras, cada letra recitada era una puñalada, no tenía otra alternativa, tuve que hacerlo. ¡Ahora responda! — Gritó temblando. Al pensar en las palabras se puso mal, y le pidió al inspector un vaso de agua, este salió de la sala de interrogatorios. Inmediatamente se fue, la cabeza del interrogado empezó a pensar.
“Acaso en mis brazos, no sentías la seguridad, de que toda la felicidad ”
Acaso alguna vez,
con tus ojos cafés
viste tal interés,
como el mío por ti
aquella vez…
Acaso en mis brazos,
no sentías la seguridad,
de que toda la felicidad
por siempr…
Volvió a retumbar en su cabeza, no podía más «¿dónde diablos está ese incompetente?» gritó sin importar quien pudiera escucharlo.
— Acá tiene su vaso de agua ahora bien, ¿me podría especificar como fue su ataque? No tenemos ningún testigo y su testimonio ayudará a cerrar todo esto. — Él interrogado sonrió, bebió del agua con serenidad, y empezó:
— Por supuesto, no es algo que se me vaya de la cabeza: Todo su ser me molestaba, odiaba pensar en él, odiaba que se interponga siempre, odiaba que siempre tenía la razón, no podía soportar que siga ahí, debía hacer algo para terminar con él. No sabía qué iba a pasar, no lo ensayé, simplemente le dije que necesitaba estar a solas con él. Nos vimos en el callejón, ahí donde nos conocimos por primera vez. Inmediatamente empezó con sus palabras, no pude aguantar, solo pasaron cinco minutos y no pude más, debía callarlo, debía acabar con su existencia de una vez y para siempre. Así que lo hice…
Entonces, cuando parecía que iba a decir más entró el asistente del inspector y con firmeza afirmó:
— No pudimos hacer nada, el poema murió. — Entonces, su escritor, su asesino, su creador, sonrió.
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El Secuestro
— Acá tiene su vaso de agua ahora bien, ¿me podría especificar como fue su ataque? No tenemos ningún testigo y su testimonio ayudará a cerrar todo esto. — Él interrogado sonrió, bebió del agua con serenidad, y empezó:
— Por supuesto, no es algo que se me vaya de la cabeza: Todo su ser me molestaba, odiaba pensar en él, odiaba que se interponga siempre, odiaba que siempre tenía la razón, no podía soportar que siga ahí, debía hacer algo para terminar con él. No sabía qué iba a pasar, no lo ensayé, simplemente le dije que necesitaba estar a solas con él. Nos vimos en el callejón, ahí donde nos conocimos por primera vez. Inmediatamente empezó con sus palabras, no pude aguantar, solo pasaron cinco minutos y no pude más, debía callarlo, debía acabar con su existencia de una vez y para siempre. Así que lo hice…
Entonces, cuando parecía que iba a decir más entró el asistente del inspector y con firmeza afirmó:
— No pudimos hacer nada, el poema murió. — Entonces, su escritor, su asesino, su creador, sonrió.
Él miraba el reloj de la plaza impaciente y sin dejar de intuir que era una mala idea. Pero ya lo había decidido, sentía que era tarde para echarse para atrás, además, era lo más seguro para todos. Eso era lo que más quería: seguridad, lo demás iba y venía, pero la seguridad, la comodidad, eso era imposible que te perturbe. «Sería una paradoja en sí mismo, espero…» razonaba.
Sacó un cigarro, pero no lo fumó, nunca había fumado, pero en algún momento algo hizo que le guste tener uno entre sus dedos, a veces entre sus labios, pero nunca encendidos, solo para calmar su ansiedad, quizás aparentar. Repasó el plan, sería directo, no se iría con rodeos, la agarraría, le taparía la boca y le diría que no le haría daño. Después de todo eso era cierto, no planeaba lastimarla, sólo necesitaba secuestrarla, evitar que sea peligrosa; y quizás cuando deje de significar un riesgo la liberaría.
Entonces la vio, tan coloquial, tan distinta a él, tan espontánea, tan ingenua. «Me necesitas tanto, y ni siquiera te das cuenta, es tan importante que yo me encargue de ti… porque si no, quizás seas y no puedes ser».
Él la abordó, ella lo saludó, pero no le dio ninguna oportunidad de hacer algo, no dudó y le tapó la boca con una cinta, la agarró de las manos y sacó una cuerda para atarlas, lo hizo con la suficiente fuerza para que no pudiera hacer nada. Se fijó que no hubiera nadie más, y en ese momento, no le importaba que hubiera alguien viendo, el secuestro ya estaba consumado. En aquella noche, entre el viento y el tiempo, Pensamiento secuestró a Felicidad.
Mira:
Ahora toca a usted lector, determinar cuál es el crimen, y cuáles no.
Atte.
El Tiempo.
Mauricio Zárate Gozalvez es abogado y escribe.