Cuento

Jueves, 18 de abril de 2019

Crónica de una violación anunciada

“Me llamaron loca, puta, zorra, pero nunca víctima. El destino me dio una vagina, y el mundo le dio otro significado. Me resulta más fácil guardar silencio y acompañarlo con el humo de un cigarro. Me dijeron que si no me iba a morir por fácil, me iba a morir de cáncer. Para este punto de mi vida, ¿qué más me daba morir?”

Por Alejandra Vizcarra Jonsson

Ilustración (Fuente: laprensagrafica.com)

La soledad me sabe mejor acompañada de un buen café. Ese aroma amargo que me hace olvidar todos aquellos recuerdos. Con un simple trago de café se me pasan los problemas; la vida se vuelve más ligera.
El siguiente paso de mi retiro fue convertir a la música en mi aliado y a estas cuatro paredes en mi refugio. Con el tiempo, aprendí a estar sola y a disfrutarlo. Tanto así que ahora mi mejor compañía es un libro, incluso a veces siento que me habla.

Entré el café, la música y mis libros, mi refugio parecía completo. Tenía alguien con quien comer, bailar y hablar. Definitivamente, no necesitaba nada más.
En realidad, nunca he necesitado a nadie más, siempre me ha bastado estar conmigo misma para estar completa. Los ratos de soledad parecían placenteros, aunque, debo admitirlo, salir al exterior me resultaba reconfortante. Simplemente estar con los demás era como un abrazo a mi corazón. Pero por una u otras razones esta vez yo no fui quien escogió este aislamiento, la sociedad lo eligió para mí. Desde aquel día me pareció más sencillo permanecer con mi angustia, a fin de cuentas siempre iba a estar presente.

Es por una palabra, un olor, hasta un silencio, que los recuerdos llegan a mí. Como en un bombardeo, mi mente se nubla y, de repente, entre las tinieblas aparece aquella memoria. “No pasa nada, tú tranquila”, me decía. Ese acontecimiento que no sale de mi cabeza. Aquel día que mi mente no puede omitir, ni mi cuerpo borrar. Café, música, libros.
Nací siendo mujer, crecí siendo vulnerable. Me dijeron que era normal, que era “cosa de niñas”, que el rol de los hombres era otro. Ilusamente, les creí. Me tragué sus mentiras y continué rigiéndome bajo el estándar de “niña bien”. Llegué a dominar la sonrisa falsa y la carcajada actuada. Mi vida era una obra de teatro en donde el telón nunca cerraba.
“Estás muy guapa, deja te invito un trago”, me decía. Demonios, ¿dónde quedó mi café? Los recuerdos están llegando, pero creo que tengo mi música, ¿está en mi bolso? Estas no son lágrimas de tristeza, sino de impotencia. Café, música, libros. Todo está bien, yo estoy bien.
Vestido blanco, tacones negros, labial rojo, y el mejor accesorio: mi virginidad. Esa noche me convertí en el blanco perfecto para mi agresor. Y después de unos tragos, en el más fácil. Con tan sólo una década y media, ya había experimentado el abuso.
Me llamaron loca, puta, zorra, pero nunca víctima. El destino me dio una vagina, y el mundo le dio otro significado. Me resulta más fácil guardar silencio y acompañarlo con el humo de un cigarro. Me dijeron que si no me iba a morir por fácil, me iba a morir de cáncer. Para este punto de mi vida, ¿qué más me daba morir?

Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, como si el tiempo nunca hubiera avanzado y las manecillas del reloj siguieran estáticas. “Le dices a alguien y haré todo lo posible para destruirte”, me dijo. Esas palabras no salen de mi cabeza, una y otra vez dan vueltas hasta que me mareo y me desmayo. No, no es mi presión arterial. Y sí, sí estoy comiendo bien. Es mi violador el que me noquea cada vez que repito mi historia, cada vez que escucho sus palabras.

Tarde, pero seguro. O al menos eso creía yo, pobre ingenua. Así que lo hice, por fin me animé, aunque me pregunto ¿cuándo se puede estar lista para esto? Agarré un bolso lleno de coraje y salí a la calle. Sus palabras todavía retumbaban en mi cabeza. Estoy caminando pero siento que no avanzo, hasta que finalmente llegué, lo logré. Aire. A este lugar le falta aire. No puedo respirar y ni siquiera he cruzado el portal. Un cigarro y entro, necesito saber que sigo aquí.

Nunca vas a estar lista para esto. No sabes qué esperar, ni a quién acudir. Di vueltas por todo el lugar hasta una ventanilla. Qué ironía, decirle “Vengo a denunciar una violación” al policía que acaba de acosarte. Mi sangre hierve de impotencia. Ya llegué hasta aquí, no hay vuelta atrás. Café, música, libros. No estás llorando, estás recordando. No te está acosando, te está ayudando.

¿Ya se enfrió mi café? ¿Me quedé sin batería para escuchar música? ¿No tengo más libros a la mano? Denunciar a alguien es más tardado de lo que pensaba. Hasta que después de unas horas me hice la pregunta del millón, ¿a quién le van a creer? Mi palabra contra la suya. No fue el alcohol, dejen de culpar a una sustancia y culpen a mi agresor. Mi ropa no tiene nada que ver, es mi cuerpo y no un objeto. Ayuden a la víctima y dejen de hacerla sentir como si todo hubiera sido su culpa. Mejor me voy de aquí, me ayuda más estar en mi refugio con un cigarro que con estos agresores en su changarro.

Regreso a mi soledad, pero ahora el café ya no me es suficiente. La música se escucha lejos y no entiendo qué me quieren decir los libros. Ya van uno, dos, tres cigarros. “No tienes pruebas, ¿cómo vas a denunciar una violación?” Son las nuevas palabras que me acompañan en mi refugio.

Pero sé que no estoy sola, sé muy bien que hay más como yo afuera. Aquellas mujeres a quienes las llamaron loca, o a quienes las conocieron como la puta. Me gustaría que supieran que no son eso, son más. Que sepan que no están solas, yo sí te creo.

Alejandra Vizcarra Jonsson es estudiante de Relaciones Internacionales en el Tecnológico de Monterrey, Campus Guadalajara.