Venezuela

Cuando la política mancha las medallas olímpicas

La polémica en Venezuela con el atleta Julio Mayorga comenzó cuando el ministro de deportes le puso al teléfono a Nicolás Maduro.

Por Luis Pico

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Julio Mayora en las olimiadas.

En Japón, Julio Mayora levanta una pesa. Y otra, y otra. Sonríe cuando sabe que ya ha asegurado que no se irá con las manos vacías. Respira inhala, exhala. Ya logró cargar 150 kilos, luego otros 154, 186. Finalmente, 190. Saca la lengua. Jadea. Parece exhausto. Aun así salta, da una voltereta. Es su primera reacción tras ganar una medalla olímpica de plata, la primera en su carrera, también la que abre el medallero para Venezuela en estos Juegos Olímpicos.

Su día arrancó mucho antes que el del resto. De hecho, mientras festeja ya es de noche. El reloj pasa de las 21, justo en el prime time, cuando se supone está el pico más alto de audiencia prendida a la tele. Seguramente las horas le transcurrieron lentamente, al igual que a su familia, que desde Venezuela difícilmente habrá pegado un ojo la noche anterior, a sabiendas de que a eso de las 8 de la mañana van a seguirlo a su muchacho, que les hace cumplir un sueño, que les regala una alegría que comparten todos en el barrio y en todo ese país, acostumbrado a la confrontación, pero que por unas horas se abraza entero.

“Le doy las gracias a Dios, a todo el pueblo de Venezuela, por toda esa energía. Aquí estoy, dándole una alegría al pueblo”, fue uno de sus primeros mensajes que envió este pesista, cuyo nombre, rostro y videos se hacen virales en las redes sociales.

“el ministro de Deporte, Mervin Maldonado, se le acerca en medio de los festejos, teléfono en mano, y lo pone en contacto con Nicolás Maduro ”

Hasta aquí, una alegría para el país; para la gente. Eso, hasta que el logro se politiza bruscamente al saltar de lo nacional a lo partidario, de un momento al otro. Ocurre cuando el ministro de Deporte, Mervin Maldonado, se le acerca en medio de los festejos, teléfono en mano, y lo pone en contacto con Nicolás Maduro, dictador para algunos, presidente para otros; una figura nunca exenta de polémica, dentro y fuera de su país.

El contacto no es privado: a un lado alguien filma. Él se da cuenta. Sabe que cada palabra, gesto o silencio queda registrado, no para extraviarse en el archivo, sino para difundirse al resto del mundo, que en cuestión de segundos queda atento ante la frase “esta medalla [también] es un regalo para Hugo Chávez”.

¿De dónde proviene esa mención? Cuestiones del destino, de que ese día coincide con el que hubiera sido otro cumpleaños para el otrora Comandante, cuya figura acosa con todo el aparato de propaganda desde temprano. Lo de Mayora, en cierto modo, es la frutilla del postre.

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Así, la medalla de plata empieza a ser sustituida en los titulares de la prensa, a quedar en segundo plano en las redes sociales. Los que lo vieron en vivo, los que lloraron reviendo el alzamiento de pesas, cambian el deporte por el debate de si este muchacho de 25 años, al que muchos escuchan y observan por primera vez, es chavista o antichavista, si lo que dijo le salió del corazón o si puede haberse sentido presionado, o cuando menos, utilizado.

Una vez más, la política, acostumbrada a estar siempre bajo la lupa, toma para sí el centro de la escena. Y el deporte, incluso en su evento más importante –los Juegos Olímpicos– quedan de lado.

Lejos de amainar, la tormenta se intensifica con el pasar del rato, cuando además de la charla con Maduro, también trasciende parte de una videollamada de Julio con sus familiares. Primero se acordó de su barrio, de sus padres, su novia, su hija. Y de resaltar valores: “Vamos a gozar esta alegría con la gente del barrio. Nunca me olvido de dónde vengo. Hay que tener humildad, que sin ella no se llega a ningún lado”.

Pero entonces, salta una frase que al igual que la de su ofrenda a Chávez, da el puntapié inicial para una crisis política, social y económica que deja a lo deportivo en medio de esa especie de niebla tóxica: “Esta medalla la vamos a cambiar por una casa”.

En un país con 80% de pobreza, donde la mayoría apenas puede cubrir sus necesidades más básicas, aspirar a un techo propio en un lugar digno, en muchos casos, es impensable. Y este muchacho, que desde los nueve años se interesó por el levantamiento de pesas que ahora lo ha alzado hacia la gloria, aunque sea por un instante, ve al alcance lo que siempre soñó: darle mejores condiciones de vida a su familia, la misma que, reconoce, lo alentó siempre, en las buenas, en las malas y en las más difíciles. Sabe mejor que nadie que en lugares como ese del que proviene, un tren así puede que no pase dos veces, y que si alguien pudiera apiadarse en ayudarlo, es precisamente ahora.

Otros, como él, en el camino a los Olímpicos, quedaron alguna vez varados en aeropuertos. O en el anonimato por falta de sponsors y publicidad. O se vieron forzados a trabajar de cualquier cosa, con tal de entrenar y sobrevivir, como Rubén Limardo, un medallista de oro devenido en diputado por el Partido Socialista, al que luego dejaron en el olvido ―llegó a reconocer que no quería “saber más nada de política”― a tal punto que tuvo que repartir comida como delivery en bicicleta para rebuscarse en la previa a la cita olímpica.

Incluso así, no fue el blanco de críticas de Diosdado Cabello, que no desaprovechó su tribuna en su programa televisivo semanal para acusarlo a Eldric Sella, un boxeador venezolano que se convirtió en el primer refugiado latinoamericano en unos Juegos Olímpicos, pero que a ojos del número dos del chavismo “seguro ni es deportista, ni entrena, ni es refugiado, solo es un personaje que quiso favorecer al imperialismo”. Sabrá Mayora si habrá intuido que algo así podía pasarle si se negaba a conversar con Maduro, o peor aún, si le demostraba rechazo en caso tal de que lo tuviera.

Total, con activistas, dirigentes, estudiantes y militares encarcelados por alzar la voz, ¿podía hacer otra cosa este muchacho, cuyo momento tan especial se opacó en medio de la catarata de críticas que le cayó al chavismo, en un intento aparentemente fallido por lavarse la cara?

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Luis Pico es periodista, actualmente cursa una maestría en Estudiante de Literatura Latinoamericana y Española. Fue preso político en Venezuela.

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