Opinión
Destruir el sistema, fortalecer el odio: la dudosa rebeldía aceleracionista y su relación con el asalto al Capitolio
Por Valeria Canelas
- 13-01-2021
John Maus —que además de músico es doctor en filosofía política con un disco titulado “We Must Become the Pitiless Censors of Ourselves”, una frase de Badiou que ahora cobra un sentido distinto—, Ariel Pink y la directora del documental sobre los incels “TFW NO GF”, Alex Lee Moyer, fueron al rally pro-Trump. Ahora sus disqueras les cancelan contratos, los artistas que colaboraron con ellos donan la recaudación de esas colaboraciones, los fans dejan de seguirlos, quizás sólo momentáneamente, algo propio de la temporalidad de internet. “Bienvenidos al panoptigan (sic)”, ha dicho Pink como respuesta a los reclamos, “cancélenme y entréguenme antes de que vengan a por ustedes”.
Maus que tiene una tesis doctoral sobre comunicación y control, en la que cita a Foucault, a Adorno y a Castells, entre otros, seguramente puede leer los señalamientos que está recibiendo estos días como una muestra de la hipervigilancia y censura de las redes por parte de las gigantes tecnológicas. Pitchfork, Vice, NPR, todos admiradores del trabajo de Pink y de Maus, quizás se sientan ahora mismo perplejos. Los íconos de la música alternativa caídos en desgracia. Pero, probablemente, haya gente de esos entornos culturales alternativos que sostiene los mismos discursos que sus artistas referentes. Finalmente, con el paso de los días descubrimos que los trumpistas –incluso los que asaltaron el Capitolio– son gente bastante diversa, aunque resulte más efectivo y sencillo homogeneizarla como una turba de supremacistas blancos. Lo cierto es que, como señalan en Twitter unos observadores de la marcha en Washington, una pluralidad amplia y desconcertante de gente no tuvo ningún problema en compartir espacio con paramilitares neonazis, conspiranoicos de QAnon y demás radicales. Y esto nos da un indicio de la complejidad de lo que está sucediendo ahora mismo.
Pink, Maus y Lee son una parte bastante visible de la contracultura contestaria de nuestros días y, en realidad, cuando una lee sus entrevistas a la luz de lo acontecido el 6 de enero, se da cuenta de que llevaban tiempo teniendo un discurso que no podía llevar a ningún otro lugar que a apoyar a Trump, o al menos a lo que representa o dice representar.
“Finalmente, con el paso de los días descubrimos que los trumpistas –incluso los que asaltaron el Capitolio– son gente bastante diversa, aunque resulte más efectivo y sencillo homogeneizarla como una turba de supremacistas blancos”
Son aceleracionistas, pensamos, en cuanto nos enteramos de que han ido al rally y empezamos a leer y escuchar esas entrevistas. Y también confirmamos que ahora mismo en los inescrutables caminos de internet y la cultura popular ser trumpista puede ser punk, contestario, rebelde. Nunca hacer lo que los consensos digan que se tiene que hacer. Ninguna raza, ningún pueblo, ningún Estado ni forma de Estado, algo así ha respondido Maus, remitiendo a una encíclica papal de Pío XI que condena el nazismo.
La ironía que cuestiona el sentido común políticamente correcto, globalista, domesticado por las “grandes corporaciones”, ha sido la clave para ir construyendo y asentado este discurso y sus estéticas. Por eso hay que tomarse muy enserio el humor y la cultura del meme.
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Esto lleva mucho tiempo sucediendo pero yo, que recién empiezo a escarbar un poco en todo esto y que no tenía ni idea de que existía la corriente de la “ilustración oscura”, siento un poco de miedo ahora que Trump y otros han sido “silenciados” en Twitter y entonces el discurso tan efectivo de la dictadura de las grandes tecnológicas y la élite globalista recibe un combustible extra. La extrema derecha puede perfectamente adueñarse del discurso crítico con las redes, pese a que, por supuesto, es ahí donde se ha producido la radicalización de sus bases.
Por otra parte, mucha de esta gente es experta en la darkweb, como Cody Wilson, referente y amigo de Lee y productor de la película junto a Pink y Maus. Nombrado una de las personas más peligrosas de internet y condenado por violar a una menor, Lee dice que Wilson es la persona más inteligente que ha conocido. Criptoanarquista, probablemente bastante rico ahora que las criptomonedas cotizan en alto, fanático de las armas (aboga por quitarle al estado el monopolio de las armas), fue el que creo la pistola para imprimir “Ghost gun”. En fin. Otro de los productores de la película es Curtis Yarvin (Mencius Moldbug), el neorreacionario admirado por Bannon, que piensa que hay razas más aptas para la esclavitud que otras y que está en contra de los gobiernos democráticos.
No se va a poder erradicar todo este discurso de internet ni tampoco el ecosistema camaleónico y rizomático en el que surge, florece y se disemina. Me pregunto si volverlo “prohibido”, o prohibir su articulación más visible con algunos políticos y otros personajes públicos, darle en cierta forma razón a la afirmación de Pink sobre el panóptico, no va a hacerlo más atractivo para muchos jóvenes incels hambrientos de rebeldía.
(Ahora me doy cuenta de que lo que veía en Bolivia en todos esos jovencitos narcisistas expertos en memes misóginos “chistosos” era, en realidad, nuestra versión local de esos discursos. Porque, claro, internet acelera también la colonización cultural.)
De momento, el iluminado fanático religioso de Gab (la red social a la que migró Trump), Andrew Torba, se encuentra ahora mismo en éxtasis, combinando memes ingeniosos elaborados con capas y capas de referencias pop con salmos de la biblia. Piensa que está en una guerra contra Twitter que es la versión digital del demonio, básicamente. De pronto, la palabra “libertad” se encarna en el espacio virtual que las grandes tecnológicas, junto al “deep state”, están censurando. “Make the speech free again” (Haz el discurso libre de nuevo), dice la gorra que usa el de Gab.
Por supuesto, la extrema derecha mundial promociona a Gab al tiempo que aplican a sus propias realidades ese discurso que tan bien les funciona a los trumpistas. Ha sido un discurso tan efectivo que los trolls y toda la cultura incel-pop/punk de internet, que una podría pensar que es minoritaria aunque extremadamente violenta, han encarnado en una insurrección dispuesta a dar un golpe de estado y colgar al vicepresidente de Estados Unidos.
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Una intenta no ser paranoica con los discursos conspiranoicos y la gran herramienta que constituyen para el aceleracionismo más destructivo, pero es complicado no serlo cuando se comprueba que estas dinámicas de internet que ya alcanzan el estatus de verdaderos acontecimientos, tienen su correlato en las instituciones de múltiples países.
Entre otras muchas cosas, lo que está sucediendo en Estados Unidos nos muestra la verdadera dimensión de las redes sociales y la forma determinante en que configuran nuestras realidades, incluso aunque no estemos en ellas o desconozcamos los discursos, las estéticas, las dinámicas culturales que se generan, se mueven y se radicalizan en ellas.
En octubre/noviembre del 2019, cuando veía los discursos delirantes que poblaban las redes en Bolivia -comunismo, narcopedofilia, el demonio, las cruzadas religiosas, Soros, marxismo cultural, ideología de género, etc.- jamás pensé que un año después todo eso sería la tendencia mundial. Imposible no recordar a Camacho y su estética de cruzado al ver las imágenes que pone Torba, el de Gab, ahora que se encuentra en plena cruzada por la libertad de expresión y, se rumorea, negociando a tope con Trump mientras vox y otros partidos de extrema derecha promocionan la plataforma.
Cada día que pasa espero con más ansias el 20 de enero. Esto obviamente no acaba aquí pero al menos algo habrá mejorado y el peligro latente que ahora mismo existe se habrá desactivado.
Al menos por un tiempo.
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Valeria Canelas es escritora. Boliviana migrante en España. Bibliotecaria en proceso. Realiza una tesis doctoral sobre la relación entre animales y humanos en la literatura latinoamericana.