Sociedad
Sábado, 16 de febrero de 2019
El Alto y la alteñidad
“En todo abrazo de culturas sucede lo que en la cópula genética de los individuos: la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos” – Escuela Malinowski
Por Fabiana Navia

A una altura promedio de 4150 m.s.n.m. se alza la que es hoy la ciudad con el crecimiento urbano más acelerado de nuestro país; El Alto. Su fundación fue en marzo del 1985 pero los primeros asentamientos datan de mucho antes; en un primer periodo con la apertura de la línea del tren que conectaba a la ciudad de Arica con La Paz, luego en 1925 con la construcción del aeropuerto. Estos asentamientos eran básicamente resultado de la migración del campo a lo que, en ese momento era una ciudad en formación, que además estaba muy cerca de la ciudad de La Paz, una de las capitales más importantes en Bolivia. En los años 50’ se conecta agua potable desde La Paz al creciente asentamiento, y gracias al intenso crecimiento —no solo en términos espaciales sino también económicos y sociales— en 1985 El Alto se independiza políticamente de La Paz, y dos años después se constituye formalmente como una ciudad.
El acelerado proceso de formación de la ciudad de El Alto, permitió un interesante fenómeno de transculturación que se plasma en niveles económicos, sociales, políticos, arquitectónicos y urbanos, que describen una realidad compleja que no es resultado de una simple aglomeración de culturas e identidades, sino de una manifestación nueva que se fue desarrollando a la par de su propia historia.
La búsqueda de la posibilidad de adquirir un lugar mejor en el status social para dejar de ser invisible y principalmente de ganar más dinero, fue la motivación de los primeros migrantes del campo a lo que es hoy la ciudad de El Alto. Estos personajes que venían de una tradición agrícola heredada por generaciones, se adaptaron a una sociedad moderna e industrializada pasando de ser agricultores a prestadores de servicios (sirvientes, obreros, vendedores, etc.), pero no se desarraigaron del todo de su cultura y tradición agrícola, llevaron a la ciudad su propio paisaje y construyeron su asentamiento siguiendo la lógica espacial que seguían en el campo, transformando lo que era su espacio de cultivo en el patio de sus casas, por ejemplo, donde ya no producían sino almacenaban su producto de subsistencia. Las ferias informales de venta de productos, son prácticas muy frecuentes históricamente en pueblos aymaras del altiplano; aún hoy el comercio informal en la ciudad de El Alto significa más del 50% de la actividad económica y se conforma básicamente por pequeñas empresas familiares, sin duda este hecho tiene también relación con los orígenes aymaras de la población.
Si hablamos de El Alto es imposible no hablar de lo cholo, lo que no es de aquí ni es allá, lo que parece ser indígena, pero a la vez no. El cholo, que fue personificado en Jhony, protagonista de la película “Chuquiago” de Antonio Eguino, trata centralmente el tema de la identidad como un conflicto; por un lado, está el desarraigo de los orígenes indígenas y por otro el proceso de aculturación de una cultura urbana y moderna, el resultado es un personaje que no encaja ni en lo campesino porque no sabe el idioma ni los oficios del campo, y tampoco en la cultura urbana que no lo acepta porque es diferente.
El cholo, entonces, significaría hoy el factor humano más importante de la alteñidad, los nuevos fenómenos culturales únicos, originales e independientes que resultaron de ese desarraigo cultural en primera instancia y de la aculturación en segunda instancia son la esencia de la cultura alteña que evoluciona junto a las dinámicas sociales y económicas de sus habitantes. Después de la importante presencia de la ciudad de El Alto en la guerra del gas del 2003, la ciudad y su gente se han convertido en un símbolo de rebeldía y autoreinvindicación boliviana, donde la vergüenza que significaba ser cholo ya no tiene lugar, hecho que ha permitido manifestaciones culturales más visibles.
Cuando el alteño migra a otros países en busca de trabajo, de status, de dinero, así como lo hicieron sus antepasados en 1903 se nutre de nuevos paisajes, nuevos aportes culturales que plasma en su ciudad El Alto con orgullo, los cholets; resultado de una transformación morfológica de las primeras viviendas alteñas que fue de la mano con la bonanza económica de sus dueños: la casita escala 7 pisos hacia arriba, pisos que, así como el patio, sirven generalmente de almacén o de lujosos salones de fiesta, la casita ya no se parece a la casa que el dueño tenía en el campo, sino a un chalet americano que posiblemente es similar a la casa en Miami en la que el dueño podaba el césped; trabajo que le permitió ahorrar lo suficiente para construir su edificio ya de vuelta en El Alto. Las fachadas de los cholets, tienen ese aire de juguete chino: colorido, plástico, luminoso, sobrecargado, llamativo que, de hecho sí puede tener relación con China; el comercio mayoritario e informal al que se dedican muchas familias de El Alto viene de China, como puede ser el caso de una madre de familia, cabeza de alguna empresa familiar alteña, que viaja a Shenzhen - China y con un traductor, visita las principales ferias de esa ciudad escogiendo los productos que enviará en container al puerto de Iquique para luego comercializar en Bolivia. Ella se nutre de ese paisaje y también lo importa, al llegar a El Alto solicita al arquitecto una fachada que incorpore las luces LED, los materiales y texturas que vio en las ferias, escoge los colores de la fraternidad en la que baila morenada y sobre la puerta principal manda a construir un altar para la Virgencita de Copacabana a la que le debe todo su éxito.
El cholet alteño es también, una manifestación clara del proceso de transculturación que vive esta dinámica ciudad, y se ha convertido en el símbolo de la fiesta, de la mezcla, del orgullo de ser cholo; se organizan visitas turísticas guiadas, Freddy Mamani (el arquitecto que los popularizo), tiene exposiciones y entrevistas en importantes plataformas de arquitectura a nivel mundial, artistas internacionales filman sus videoclips en ellos y anualmente se organiza el Electropreste en el cholet Gran Emperatriz de El Alto, fecha en la que turistas, alteños y paceños se reúnen para, celebrar lo cholo con estilo y música electrónica.
El fenómeno alteño en este caso nos sirve de ejemplo para entender los demás fenómenos culturales que pasan en nuestro país y también en nuestra región americana, que como bien cita el autor cubano Fernando Ortiz, comparte una historia de intensa, compleja e incesante de transculturación de masas humanas, que le han permitido crear una identidad que está en constante evolución.
Fabiana Navia es arquitecta.