Opinión
Jueves, 23 de agosto 2018
El feminismo también libera a los hombres
“Más allá del sexo, ser hombre o ser mujer se construye y hemos construido ambos géneros en torno al machismo, un machismo tóxico y dañino que considera lo femenino como débil e inferior y por tanto dicta al hombre a ser diametralmente opuesto desde niño, aunque no lo quiera.”
Por Estefani Tapia Sanjines
“El feminismo busca la superioridad de la mujer”, “las feministas odian a los hombres”, “las feministas quieren exterminar a los hombres”. Estas son algunas de las frases que se leen y escuchan sobre el feminismo. Nada puede estar más alejado de la realidad. El feminismo en su concepción más básica es un principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. Pero para llegar a esta igualdad está claro que se deben romper estructuras y paradigmas a los cuales estamos acostumbrados, estructuras que otorgan poder y privilegios solo por el hecho de nacer hombre.
Ahora, si bien es cierto que normalmente se escucha todo aquello que obtienen las mujeres gracias al feminismo, los hombres también tienen mucho por ganar. Porque aunque se hable menos de esto, los hombres también son afectados por el machismo y especialmente por los roles de género que vienen con él. Es justamente ésta una de las estructuras más fuertes con las cuales se debe romper para lograr una verdadera liberación de ambos.
Ante esto vale la pena preguntarnos: ¿Qué significa ser hombre hoy? ¿Qué implica la masculinidad tradicional? y especialmente ¿Cuáles son los requisitos que se deben cumplir para encajar dentro de lo que la sociedad espera que sea el “hombre de verdad”? Porque nacer hombre trae muchas comodidades pero también implica renuncias.
Porque no puedo más que imaginar que ese rol impuesto para los hombres de ser siempre ganadores, competitivos, fuertes, seguros y estoicos, mostrando constantemente dominio sobre sí mismos, les genera cierta angustia y tensión. Probablemente la costumbre y la normalización no permiten que sean verdaderamente conscientes de esta realidad, pero está ahí. Esta ahí en los momentos en que se sienten débiles, cuando no saben qué hacer frente a adversidades, cuando sienten tristeza, dolor, frustración o sufrimiento y no pueden exteriorizarlo por temor a ser juzgados.
La frustración que generan las restricciones de no poder hacer lo que realmente les guste por no ser considerada una “actividad de hombres”. Ser niño y no poder jugar con muñecas; ser adolescente y sentir vergüenza de querer bailar en lugar de jugar futbol; ser joven y no sentir la libertad de poder elegir peluquería, secretaria o modismo y confección como profesión; ser adulto y padre y sentir el peso de la sociedad, especialmente de los pares que te juzgan si decides dedicarte al cuidado de los hijos y ser “amo de casa” mientras la esposa trabaja.
Por otro lado está la restricción a la paternidad. Porque no es únicamente la mujer quien debería y la que quiere encargarse de cuidar a los hijos, aunque ambos asuman que es así. Porque un hombre también debería poder tener licencia de paternidad para cuidar a su hijo o hija, debería poder cambiarle el pañal en el baño de hombres en lugares públicos, debería poder estar presente en la vida de su hijo en todas las etapas y no ser solamente “el proveedor” de la familia.
Está también la presión de la sexualidad. Un hombre, especialmente en la adolescencia y en la juventud es “más hombre” o “más viril” de acuerdo a la cantidad de chicas con las que estuvo, la edad en la cual se perdió la virginidad o a su capacidad de seducción. El valor de un hombre está ligado a su experiencia sexual.
Se impone además que el hombre debe ser fuerte, que la violencia le es inherente y está permitida, y es ese el concepto generalizado que hemos creado en torno a ellos. Romper con este paradigma se hace realmente necesario para que sean ellos mismos quienes dejen de creer que tienen que ser fuertes, agresivos, dominantes y violentos frente a sus pares y especialmente frente a las mujeres.
Estos son simplemente algunos ejemplos que ilustran el constante estrés que viven los hombres por encajar en las normas que dictan los roles de género para ser considerados “hombres de verdad”. Es por esto que la masculinidad debe ser repensada, porque como dice Virginie Despentes “la virilidad tradicional es una empresa tan mutiladora como la asignación de la feminidad”. Más allá del sexo, ser hombre o ser mujer se construye y hemos construido ambos géneros en torno al machismo, un machismo toxico y dañino que considera lo femenino como débil e inferior y por tanto dicta al hombre a ser diametralmente opuesto desde niño, aunque no lo quiera.
El feminismo, al romper con los estereotipos de género rompe con todo esto. Permite a los hombres desde niños hacer y dedicarse a aquello que realmente les gusta, vestirse cómo y con los colores que quieran, ser padres, llorar, sentir miedo, expresar la debilidad que todos sentimos alguna vez en la vida. Todo esto sin ser llamado gay, marica, pocholo o afeminado. Porque el feminismo al empoderar a la mujer, demuestra que aquello considerado femenino no es sinónimo de inferioridad, y que por tanto no debería haber ninguna vergüenza en ello.
Entendamos que el feminismo no llego aquí para dominar u odiar a los hombres, llegó más bien para liberarnos del machismo que nos afecta a todos, aunque muchas veces no seamos conscientes. Porque el feminismo permite a las mujeres tener igualdad de derechos. Porque el feminismo permite a los hombres ser más libres, más humanos; pero el cambio debe venir de cada uno y desde los actos más cotidianos.
Estefani Tapia Sanjines es licenciada en Negocios Internacionales con mención en Ciencias Políticas.