Sociedad - Análisis

Domingo, 10 de marzo de 2019

El pasado es un país extraño

Existen, entonces, quienes muestran una especie de xenofobia con el pasado. Rechazan toda herencia cultural, toda costumbre, todo comportamiento del pasado denunciándolo como bárbaro, ajeno y deplorable.

Por Ana Lucía Velasco

Ilustración editada (Fuente: Reddit/u/metafucky)

En Sarasota, Florida se levantó una enorme estatua en conmemoración a un célebre beso. El beso se hizo famoso por una foto de Alfred Eisenstaedt en la que se muestra a un marine estadounidense dándole un apasionado beso a una enfermera tras escuchar la noticia que la Segunda Guerra Mundial había terminado. La estatua se convirtió en un refugio romántico para las parejas con el pasar de los años: fotos de enamorados besándose, propuestas de matrimonio realizadas con la estatua por testigo, y renovación de votos matrimoniales. ¿Cuál es la historia detrás del beso? En una entrevista para CNN el 2015, el marine llamado George Mendonsa describió lo que había sucedido: “Había bebido un poco, y fue puro instinto, supongo. Simplemente la agarré.” En otra entrevista en el año 2005, la enfermera Gretta Zimmer Friedman dijo que el beso no fue consensual pero que ello lo entendió como un acto de júbilo ante la noticia del fin de la guerra.

En la mañana del 19 de febrero del 2019, un día después de la muerte de George Mendonsa, la estatua amaneció con las palabras #MeToo grafiteadas en la pierna de la enfermera. El movimiento #MeToo comenzó tras conocerse varias acusaciones de acoso y agresión sexual del productor de cine estadounidense Harvey Weinstein. Hoy, el hashtag #MeToo fue utilizado por más de 4 millones de personas en al menos 85 países, muchas de ellas utilizándolo para contar sus propias experiencias de acoso y agresión sexual; y otras, aunque sin contar sus experiencias, para demostrar que a “ellas también” les había pasado algo similar. Desde entonces, el debate sobre el acoso sexual se ha intensificado en todo el mundo y ha generado varias dudas acerca de qué es el acoso sexual y el consentimiento ¿los piropos callejeros son acoso sexual? ¿Coquetear con una mujer puede ser acoso sexual? ¿Cuál es el límite?

Fotografía original. Fuente: Alfred Eisenstaedt/sandiegoreader.com

En Estados Unidos, el gobernador de Virginia se vio envuelto en un escándalo cuando llegó a los medios una foto de su anuario universitario de 1984, en la que se lo ve con la cara pintada de negro (una especie de disfraz que se conoce como blackface) junto a otra persona disfrazada de un miembro del Ku Klux Klan. El Blackface es un maquillaje teatral usado para representar a personas negras. Fue utilizado por cómicos y músicos durante el siglo XIX en un espectáculo basado en la burla a las personas negras y el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos jugó un rol muy importante condenando y promoviendo su prohibición por ser una práctica evidentemente racista. Hoy en día, descubrir que el gobernador de Virginia había utilizado blackface en sus años de estudiante, causó mucha indignación y levantó algunas voces que pedían su renuncia. Este hecho creció como una bola de nieve involucrando a varios otros políticos que admitieron haber usado blackface en el pasado. Otras voces defienden a estos personajes argumentando que no es justo juzgarlos por sus acciones del pasado.

Parecemos estar en un momento de la historia en la que el pasado y el presente se enfrentan dejándonos a todos confundidos: si siempre ha sido una práctica común que hombres lancen piropos a las mujeres que encuentran lindas en la calle ¿Cómo es que de repente eso es considerado acoso? ¿Podemos juzgar con los conceptos de sexualidad que tenemos hoy en día al beso que George Mendonsa le dio a Gretta Zimmer por la alegría de saber que la guerra había terminado? De la misma manera en la que no queda claro si podemos usar lo que entendemos hoy día por políticamente correcto para juzgar las fotos universitarias de algunos políticos.

David Lowenthal, un historiador y geógrafo estadounidense, escribió un libro maravilloso cuyo título he tomado prestado para titular esta columna: “El Pasado es un País Extraño”. Lowenthal afirma que necesitamos del pasado para entender quiénes somos, para solventar nuestra identidad, para darle sentido a nuestra vida. Pero, a la vez, mientras más miramos al pasado más nos cuesta reconocer lo que nuestros antepasados hacían. Es como si fueran extranjeros que vienen de un país extraño y una gran brecha cultural se interpondría entre ellos y nosotros. Sucede, entonces, lo mismo que pasa cuando nos encontramos con extranjeros hoy en día: o los odiamos y buscamos rechazarlos por todos los medios, o nos enamoramos de ellos y buscamos asimilarnos a su cultura.

Existen, entonces, quienes muestran una especie de xenofobia con el pasado. Rechazan toda herencia cultural, toda costumbre, todo comportamiento del pasado denunciándolo como bárbaro, ajeno y deplorable. Toda manifestación de costumbres pasadas es una amenaza al presente y al futuro. Buscan fundar una nueva identidad cortando todas sus raíces con el pasado. Así surgen pedidos de censura: que quiten de los colegios todos los libros racistas de Alcides Arguedas o que se prohíban las canciones sexistas.

Por otro lado, existen también quienes ven en el pasado un país en el que les gustaría vivir porque ahí viven personas que piensan igual que ellos, por lo que muestran esa misma xenofobia pero con el presente. Rechazan todo cuestionamiento a las costumbres, se indignan de quienes ponen en duda las buenas intenciones de sus propios héroes y cierran su mente a cualquier interpretación alternativa de grandes temas como la vida, la muerte, el sexo, la cultura, la educación o la felicidad. Recurren al mismo tipo de censura: no quieren educación sexual en las escuelas porque “con mis hijos no te metas”, se burlan de los veganos, de los ambientalistas, llaman “feminazis” a las feministas y todo lo que tenga que ver con una nueva forma de ver la sexualidad es denunciado como “ideología de género”.

Esto se debe a que, como nunca en la historia de la humanidad, las “personas del presente” han tenido que convivir con las “personas del pasado”. Los cambios en tecnología, en prácticas sociales y culturales y en política nunca se habían dado de forma tan rápida como ahora. Hasta el Medioevo, era muy posible que varias generaciones de una misma familia hayan tenido las mismas experiencias, y por ende, hayan vivido en el “mismo país”. En cambio, ahora, debemos convivir con personas que si bien viven en la misma dimensión del espacio tiempo, tienen procesos diferentes para asimilar la historia.

Unos discriminan a los habitantes extraños del pasado, otros discriminan a los habitantes extraños del presente. En el fondo todos le temen a lo extraño, a lo desconocido, a lo que no entienden. Todos son xenófobos de lo que no conocen. Y, ante eso, la única solución siempre ha sido leer. Educarse en el otro. Practicar el músculo de la empatía. Se pueden hacer todas esas cosas sin comprometer nuestras propias creencias y valores, lo prometo. Pero mientras sigamos viviendo bajo la lógica de destruir al que no conocemos; la censura, los muros y la violencia seguirán siendo nuestras armas favoritas.

Ana Lucía Velasco es politóloga.

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