Entrevista

Ignacio Molina: "Los nombres son sólo nombres; lo que vale son los textos"

“Ignacio Molina, escritor prolífico nacido en Bahía Blanca, Argentina nos cuenta sobre sus escritos, la emoción de los talleres de escritura que da y su involucramiento personal con el proyecto editorial Falsotrébol”.

Por Julián Álvarez Sansone

Jueves, 25 de junio de 2020

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(Ignacio Molina)

Ignacio Molina es un escritor prolífico que nació en Bahía Blanca, Argentina en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), las novelas Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), la nouvelle El cuarto deseo (Falsotrébol, 2019). También los poemarios Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2011), así como también publicó el libro de relatos En los márgenes (Editorial 17 grises, 2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Participó en diversas antologías, publicó cuentos, crónicas, reseñas y notas en diferentes medios gráficos y digitales. Uno de los más famosos es “Fuiste un lujo”, una especie de carta de despedida a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, publicado en la Revista Anfibia en el año 2015. Actualmente coordina talleres de lectura y escritura, y trata de llevar adelante un sello editorial independiente llamado Falsotrébol. También, prepara su próximo libro de cuentos: “Todos los minutos para vos”.

En pleno contexto de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (A.S.P.O), el escritor bahiense radicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aceptó ser entrevistado de forma virtual por Julián Álvarez Sansone, de Cronistas Latinoamericanos.

¿Cuáles son tus autores favoritos? ¿Creés que de alguna manera influyeron en tu escritura?

Mis autores favoritos fueron variando a lo largo de mi vida. Hace un par de años, cuando volví a leerlo, me fanaticé con Borges, por ejemplo, pero no voy a nombrar a otros ni a otras porque cometería la injusticia de dejar afuera a un montón. Y claro que influyen de alguna manera en mi escritura. Por otro lado, le escapo a las listas de apellidos porque tengo la idea de que la mayoría de los escritores muy famosos están sobrevalorados; no digo esto porque no considere que merezcan su prestigio sino porque creo que por cada autor consagrado por la crítica y el mercado hay otros mil autores mejores que él que no alcanzaron la misma notoriedad. Muchos de los participantes que vienen a los talleres de lectura no están familiarizados con la lectura desde un lado solemne ni académico y eso genera algo interesante: al no tener juicios previos sobre qué autores “deben” gustarles, no tienen pudor en decir que el cuento de un autor casi desconocido les gustó mucho más el cuento de un autor consagrado. Y eso me parece genial, porque no basan su juico en los nombres sino en los textos en sí. Ricardo Piglia dijo alguna vez (creo que parafraseando a Borges, pero no estoy seguro) que mucha gente, cuando termina de leer un libro, necesita mirar al costado para enterarse de qué fue lo que opinaron los otros sobre ese libro para entonces sí poder dar su “propia” opinión. Y eso convierte a la literatura en una danza de nombres más que en una danza de textos, y así lamentablemente es cómo suele formarse el canon y el sistema de legitimaciones y consagraciones. Con todo esto quiero decir que no es extraño que un texto de un chico o chica de mi taller de escritura, o de cualquier otro taller, me parezca mucho mejor que un texto de algún autor re contra hypeado por la crítica o la academia, y que los nombres son sólo nombres; lo que vale son los textos.

Sos un escritor que ha demostrado una gran capacidad para escribir libros de poesía, cuentos y novelas y nouvelles. ¿Te definís como un escritor versátil? ¿En qué género y en qué formato te sentís más cómodo?

Nunca lo pensé así. En mí la escritura de narrativa es una sola, más allá del formato y la extensión. Y poemas escribo muy raras veces. Hasta el 2008 escribía relatos y pensaba que nunca iba a escribir una novela. Entre el 2009 y el 2015 escribí cuatro novelas (dos de ellas todavía están inéditas), y entre el 16 y el 18 dos nouvelles (una inédita). Y en estos últimos dos años escribí cuentos que tienen muy poco que ver con los de mi primera juventud y que pronto conformarán un nuevo libro, que iba a salir en mayo por Falsotrébol pero que la pandemia pospuso hasta no se sabe cuándo. En todos esos géneros me siento cómodo. Espero volver pronto a escribir una novela.

¿Qué libro que hayas escrito creés que es el más relevante o el que más y mejor aceptación tuvo? ¿Por qué?

No lo sé muy bien. Yo me llevo más o menos bien con todos los libros que publiqué. Y la relevancia la juzgará cada lector. Al tratarse la lectura de una actividad tan íntima y privada, es difícil que el autor se entere de cómo impacta exactamente su libro en los lectores y las lectoras. En cuanto a la aceptación, creo que los tres libros que más me gustan fueron publicados en épocas muy diferentes entre sí como para poder medir eso. Los estantes vacíos salió en el 2006, en un contexto en el que, a pesar de la existencia de los blogs literarios, el sistema de difusión y legitimación y circulación de un libro era todavía muy siglo XX: los lectores tenían que ir sí o sí a las librerías a buscar sus libros y las reseñas en papel (Los estantes tuvo bastantes) eran muy esperadas por autores y editores y eran lo único que, más allá de las cifras de ventas, daban la sensación térmica de un libro. Hoy, una reseña en papel puede pasar casi desapercibida si no es replicada en las redes sociales (e incluso si sí lo es). El cuarto deseo salió en el 2018 y tuvo una circulación diferente a la de Los estantes: el “boca en boca” ya se había transformado en el “pantalla en pantalla” y las librerías tradicionales ya no fueron el único canal de ventas. En todos esos años el proceso de publicación de un libro se tornó menos solemne (en el 2006 apenas comenzaba el boom de lo que se llama editoriales independientes y que yo prefiero llamar editoriales pequeñas o medianas) y se volvió más fluido y desacartonado. Los puentes magnéticos salió en el 2013, una época intermedia entre ambos polos, y desde entonces, después de la buena –al menos para mis parámetros– aceptación inicial, no dejó de gotear. El paradigma de la edición y circulación de libros está cambiando (o el de los libros que a mí me gusta leer y escribir), y tendríamos que amoldarnos a ese nuevo paradigma en vez de intentar aferrarnos a lo viejo. Está muy bien quejarse un poco porque ahora la editorial Planeta vende sus mercancías en Mercado Libre, ¿pero en serio queremos gastar energías en cuestionar las estrategias de venta de una empresa multinacional a la que la literatura le importa lo mismo que a mí me importa la botánica? Mejor sería gastar energías en terminar de crear un nuevo paradigma en el que, por ejemplo, las librerías llamadas independientes realmente lo sean y no tengan de depender de la venta de libros de Jorge Lanata o Federico Andahazi.

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Sabemos que hace años brindás talleres literarios. Según tu opinión, ¿en dónde radica la importancia de los talleres literarios?

Los talleres de escritura son espacios de intercambio y aprendizaje. Cada grupo es diferente y cada participante es diferente, por eso me resulta difícil explicar para qué le puede servir a cada uno. Después de trece meses de no dar talleres de escritura volví a hacerlo en enero de este año y me reencontré con esa magia que había dejado de sentir plenamente en algún momento. Y cuando empezó la cuarentena dudé en trasladar los talleres a la pantalla de la computadora pero finalmente me decidí. Y por suerte lo hice porque los grupos que se formaron están muy buenos. Un taller supone un ida y vuelta constante y eso es lo que más me gusta; eso y aprender de los demás y darme cuenta de que sabía cosas que no tenía presente que sabía. Minutos antes del inicio de cada taller cumplo con un ritual para entrar en clima: pongo cualquier canción de Artaud, de Pescado Rabioso, y agradezco a mi yo del 2011 por haber tenido la iniciativa de empezar a organizar talleres… Este año también estoy dando talleres en el programa Arte en los Barrios de la Dirección de Cultura del Municipio de Morón y estoy muy agradecido por eso. Cuando termine la cuarentena esos talleres se darán en diferentes barrios del Partido, y mientras tanto se están desarrollando a través de una serie de videos, abiertos a todo el mundo, que pueden verse en Youtube.

Hace no mucho tiempo lanzaste un proyecto editorial llamado “Falsotrébol”. ¿Cómo es la experiencia de volcarse a la edición y gestionar un nuevo emprendimiento literario desde este otro ángulo?

Me gusta que lo llames proyecto editorial o emprendimiento literario, porque, al menos por ahora, me cuesta pensarlo como un sello tradicional. Falsotrébol fue fundado por María Eugenia Lepere, que es traductora del francés y licenciada en Letras, y empezó con una traducción suya de El baile de Irene Nemivosky y mi nouvelle El cuarto deseo, que le iba a dar un impulso inicial más fuerte que el primer libro de algún autor inédito. El año pasado publicamos la nouvelle Junior, de Ariel Beno, un muchacho que fue durante un par de temporadas a mi taller. Y después tuve que tomar la decisión de seguir yo solo o abandonar. Y como me gustó mucho la experiencia de editar libros, de involucrarme en todos los pasos de la edición de un texto, desde su concepción hasta la llegada a los lectores, decidí seguir en ese camino. En estos días sale de la imprenta Jabalí, una nouvelle de Florencia Calvo, quien también viene desde hace años a mi taller. Cuando digo que Falsotrébol no es un sello tradicional tal vez me refiero a eso: los libros tienen que ver de alguna manera conmigo, no recibo fácilmente originales ni tengo un calendario anual de publicaciones ni un plan de negocios ni nada parecido. Falsotrébol es un proyecto que se retroalimenta con mis otros proyectos literarios y laborales: la escritura propia, los talleres de escritura y de lectura y el club de libros que tuve que dejar debido a la pandemia pero que planeo retomar pronto. Y como autor, Falsotrébol me aleja de la problemática del 10% del precio de tapa de retribución económica del que suelen quejarse la mayoría de los autores y hace de mi escritura una módica pero firme fuente de ingresos que, sumada a las de esos otros espacios que mencioné, convierte a la literatura en un proyecto vital, en un modo de ganarme la vida pero también de justificármela.

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