FEminismo

Las “brujas” del siglo XXI

Estas mujeres, consideradas la paria de la población, eran, en realidad, parte de la clase social afectada por las imposiciones capitalistas y patriarcales que se iban consolidando en la época.

Por Valentina Richter

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Durante los siglos XVI y XVII la aparición de las brujas alcanzó su máximo apogeo, así como también lo hizo la cacería de las mismas. Estas mujeres, consideradas la paria de la población, eran, en realidad, parte de la clase social afectada por las imposiciones capitalistas y patriarcales que se iban consolidando en la época. No es raro entonces que, la mayoría de los casos/juicios procesados por el “crimen” de brujería hayan sido a mujeres pobres que no tenían participación en las actividades o decisiones comunitarias y, por ende, debían vivir de la caridad del vecino o teniendo que encontrar medios de supervivencia por mediante el uso de su sabiduría y conocimiento ancestral.

Las brujas, como las llamaban quienes después hacían de verdugos, eran mujeres que tenían un conocimiento diferente (y revolucionario) al que se imponía a este sector de la población. En primer lugar (y una de las amenazas más grandes al capitalismo de ese entonces) era que estas mujeres conocían del poder medicinal de las hierbas para tener control sobre la natalidad, es decir que tenían experticia en anticonceptivos y remedios herbales que permitía que tener acceso al aborto. ¿Porqué era esto un conflicto para el capitalismo? Porque al tener las mujeres la capacidad de decidir sobre sus tiempos de reproducción de la vida y su deseo sobre la maternidad se producía una falta a la producción de mano de obra, se generaba un “atentado” al deber principal de la mujer como maquina reproductora de vida.

Por otro lado, algunas de las características utilizadas para juzgar a las brujas se basaban en actitudes que estas tenían, tales como ser capaces de discutir con el hombre, no conformarse con las nuevas formas de vida que se instauraron respecto a la feminidad “idónea”, tener una “mala reputación” o no obedecer la ley que las obligaba a ser acompañantes de quienes, si trabajaban de verdad, los hombres. El miedo de aquellos en el poder no era entonces la idea que se tenía del “diablo” o la “magia negra”, era en realidad a la revolución que estas mujeres podían causar, mujeres que eran capaces de levantarse contra el opresor sin miedo a ser torturadas o perder la vida en ello. Eran la amenaza a un sistema que creía tener la razón y control, sobre todo, sobre la vida del hombre y la mujer, sobre las decisiones que estos podían o no tomar, sobre las actividades permitidas y aquellas que se consideraban delitos. Todo en favor de la mayor acumulación de capital posible. Una mujer, como ellos describían en diferentes escritos, podía causar una tormenta con solo agitar un charco, entonces era necesario despojarlas de todo poder. Ahí es donde la cacería de brujas comienza, matando aproximadamente 200.000 mujeres.

“estas mujeres conocían del poder medicinal de las hierbas para tener control sobre la natalidad, es decir que tenían experticia en anticonceptivos y remedios herbales que permitía que tener acceso al aborto. ”

¿Qué tiene que ver la cacería de brujas con el siglo XXI?

Es Silvia Federici quién ayuda a responder esta pregunta en su libro Calibán y la Bruja: Mujeres, cuerpos y acumulación originaria (2004):

“La caza de brujas fue, por lo tanto, una guerra contra las mujeres; fue un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social”

Hoy en día, al igual que en siglos anteriores, se vive en una sociedad persecutoria donde la mujer se ha vuelto objeto de agresión del sistema patriarcal instaurado en diferentes (sino todas) áreas de la vida para lograr justamente aquello que menciona Federici, despojar a la mujer de su poder social.

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El más claro ejemplo de esta guerra se ve en la escalada de violencia en contra de la mujer, en donde se ve a la misma juzgada por, y esto no es casualidad, los mismos prejuicios utilizados en los cargos de brujería del siglo XVII. Es decir que si una mujer ha salido de su casa con la ropa inadecuada denota su mala reputación y si ha sufrido una agresión sexual se lo estaba buscando, si no acepta callada las continuas humillaciones físicas o psicológicas de la pareja, padre o familiar es una rebelde y mal criada, siendo en ambos casos su culpa lo que le ha sucedido, tal como pasaba con las brujas.

De la misma forma existe violencia dentro del trabajo, ya que la presencia femenina en este ámbito se cataloga como una falta a la real tarea de la mujer, estar en casa, procrear y cuidar de los hijxs y el marido. Y ni hablar de los crímenes de odio hacia las mujeres que, ya en la época de las brujas, aquella orientación sexual que no entraba dentro de la heteronormatividad, se convertía en crímenes penalizados con la hoguera. Hoy, en el siglo XXI, no ser heterosexual no es un delito, pero aun así lleva a la muerte a un gran número de mujeres -y personas que se identifican con un género no heteronormativo o que responde al contrato heterosexual- y esta es condena en donde el juez es la sociedad, que cree tener el poder de juzgar sin pruebas ni razones verdaderas, como si del siglo XVI o XVII se tratara.

Hoy nos matan por ser libres y rebeldes. Hoy nos matan por ser las brujas del siglo XXI y no adecuarnos a los ideales patriarcales, machistas y opresores de feminidad. Pero lo que ellos no saben es que el fuego que utilizaron para asesinar a nuestras ancestras arde dentro nuestro y nos mueve hacia la reivindicación de lo que les quitaron a ellas.

El derecho a la decisión sobre nuestros cuerpos y nuestras tierras, el derecho a un trabajo digno, a una vida libre de violencia y a una existencia fuera del sistema patriarcal será arrebatado de las manos del opresor por las hijas de las brujas que no pudieron quemar, y, sobre todo, por las hijas de todas las brujas que murieron luchando en la hoguera. Siglos de diferencia entre las brujas del siglo XVI y XVII y las mujeres de hoy están unidos por la lucha y sabiduría ancestral. Hoy el fuego está en nosotras y no habrá hoguera que detenga nuestra lucha.

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Valentina Richter es es egresada de psicología, de nacionalidad boliviana. Actualmente es parte del movimiento feminista de Bolivia, donde, de forma individual apoya la lucha de la mujer boliviana en diferentes aspectos de la vida velando por la salud física, mental y emocional de las mismas.

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