Crónica
Mi poema, mi decisión
Por ‘Amawta’ B.
- 17-03-2021
Y con esta frase se consagraba un estado de confidencialidad que encierra dos transcursos distintos en el universo literario. La charla se lleva a cabo entre dos poetas, una poeta en estado ‘A’, reconocida y publicada y una en estado ‘B’, no conocida y no publicada.
Se abría de la misma manera una situación que me atreví a resignificar. La “enfermedad de intransmisión textual”. Antes atribuida al bovarismo lector, ahora poseía una espacialidad situacional distinta. Esta enfermedad se caracteriza por un factor cuyo común denominador está en un escritor en estado ‘B’ que, a través de cuestiones de suerte, buen humor de jurados, renombre o presentación de una obra distinguida y bien hecha; pasa a un estado ‘A’. En este estado burbujeante de gloria y popularidad, el virus se activa y hace que su anfitrión se aloje en casas editoriales y en el anonimato virtual de las columnas de reseñas, donde el escritor de estado ‘A’ desprecia y despedaza en carne viva al escritor de estado ‘B’. Las consecuencias de esto son desde un retraso cultural nacional hasta un confinamiento de lo distinto, de lo atrevido, de lo confrontativo, de lo irreverente, de una voz propia y distinta, rezagando y obstaculizando una cadena literaria fuera de las fronteras geográficas.
“Si no tuviésemos talento, no estaríamos queriendo contar historias, incluso malas historias, pero al final de todo, nuestras, creo que un poeta es lobo, qué lobo, rata para un poeta”- dice mi colega trayéndome nuevamente a la charla. “¿quién más tiene mi voz pues?, ¿quién más tiene mi cuerpo?” – pregunta.
Pero como no tengo una respuesta más clara, definitiva y convincente para ella, atribuyo a esta exigencia impuesta en el hemisferio literario a sentimientos banales básicos. Decido pues contarle mi experiencia para igualar las cosas.
Hace poco recibía un email de la editorial a la que había mandado un trabajo recopilatorio de poesía, con fines de supervivencia no le mencioné nombres. Eran las ocho de la mañana. El ritual mañanero había empezado con una taza de café hirviendo, y la pantalla negra que abriría paso a su virtualidad. Como mi computadora es vieja, me alcanza para tomar mitad de la taza hasta que aparecen sus primeros signos vitales. Veo que el buzón de entrada tiene tres mensajes nuevos, dos de ellos son spam de productos comprados anteriormente que ahora venían con ofertas tentadoras y el otro de la editorial independiente con sede en La Paz. Siento que el efecto del café hace bombear mi corazón a una velocidad aterradora. Solo existen dos posibilidades que parten del ‘muchas gracias’, una contiene el famoso ‘pero’.
“Veo que el buzón de entrada tiene tres mensajes nuevos, dos de ellos son spam de productos comprados anteriormente que ahora venían con ofertas tentadoras y el otro de la editorial independiente con sede en La Paz.”
Este mail contenía esa palabrita cortante que serruchaba mi abismo. Las razones, obviamente válidas, que me presentaba al principio correspondía a una extensión excesiva de poemas. Según este personaje una antología poética debería tener alrededor de 20 poemas máximo. Ante esta primera parte del correo electrónico supe que a lo mejor enviar ochenta poemas no había sido muy buena idea.
Sorbo de café.
Continué leyendo el mail y su torbellino de críticas satánicas. Si bien estaba en mi silla de escritorio ahora se sentía más como en una guillotina o una silla eléctrica. ‘Muchos de tus poemas necesitan trabajo porque son muy narrativos’. Vaya- pensé, este compañero de oficio en el periplo de las letras tal vez no conoce nombres como Hilda Mundy, Pessoa, Marosa di Giorgio, Mircea Carterescu ni mucho menos a Aloysius Bertrand cuya conciencia estética representada en sus obras poseen una calidad lírico-narrativa que convierte su estilo en único.
Me imaginé la cara de Hilda recibiendo esta crítica partida en dos por la risa por este atropello de que alguien quiera ponerle reglas a la poesía. Sorbos de café.
Si este email se habría quedado ahí, probablemente no estaría escribiendo esta crónica, pero continuó diciendo que a mi poesía le hacía falta ‘imágenes poéticas’ y muchos de ellos caían en un ‘chiste fácil’. Probablemente, pero lo ignoro. Y para cerrar ‘hace falta trabajo y más trabajo y más trabajo para llegar a tener al menos algo sustancial’.
Despedida deseándome suerte.
Firma del editor.
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Después de leer este email, sentí por un instante las ganas incontenibles de mandarlo a la mierda. Lo segundo fue un alivio, mi poesía tiene dos posiciones que luchan entre sí. Recae en una redundancia innecesaria decir que habrá gente a la que le guste y gente que lo odie y creo que, por eso, nos tomamos la libertad de publicar o, al menos, intentarlo para revivir en el intento.
Como dice tan acertadamente Daniel Pennac, “el verbo leer no soporta el imperativo”. Otorgando un giro a su manual del lector podría significar también, ‘si no te gusta cómo escribo, no me leas’. Para aquellas que conocen el desvelo causado por la improvisación de la inspiración esa angustia obsesiva por escribir y reescribir para revivir u olvidar, para todas las que sienten a flor de piel creo los Derechos de la Poeta. Pese a mi deseo de crear un libro total, tal vez nunca lo crearé o quizá ya lo hice, me dejo llevar por la sensualidad de la performance literaria. Esas manchas de tinta que lees, sí, esas, esas que tienen bucles como puentes, cruces con curvaturas en sus extremidades, serpientes silenciosas o de cascabel. Esa que provoca las vibraciones de la lengua contra el paladar, o las que explotan entre los labios u ocupan toda la caverna dentada con su sonido. Esa secuencia de manchas que lees en voz alta son mis manchas con su caprichosa disposición.
Derechos de la Poeta:
- Escribir para no ser leída.
- Escribir como una actividad gratuita.
- Ceder paso a las figuras poéticas acorde a su arbitrariedad gráfica.
- Permitirse el atajo de copiar, pegar, cortar. Hacer un collage anacrónico ya que todo está ‘casi’ dicho.
- Consentir estar medio viva o medio muerta. O simplemente no existir o existir en distintas pieles onomásticas.
- Permanecer en silencio durante el tiempo que se considere necesario. Proporcionar oxígeno a reglones y márgenes a las páginas.
- Imponer una tregua con mi intimidad. No todo sigue un orden cronológico inmutable.
- Respetar el ritmo de la escritura; acelerar, frenar, retroceder, embarrancarse, manejar en automático o con caja de mano.
- Respetar las enfermedades y trastornos sentimentales. Periodos bulímicos, anoréxicos, esquizofrenia, romanticismo, nihilismo, y los que se desee tener.
- Usar cualquier tipo de droga recreativa para poder escribir. (Propiedad de cada una)
- Dormir más de la cuenta, los sueños son también fuentes inagotables de inspiración.
NOTA: ni Pennac ni yo no impediremos que haya malos lectores ni mucho menos literatura industrial.
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‘Amawta’ B. Poeta autodeclarada. Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Göttingen - Alemania. Realiza investigaciones sobre el rol de la mujer boliviana en la literatura de vanguardia y sobre literatura contemporánea en América Latina.