Política migratoria
Migración en los tiempos de Biden: ¿Una nueva era?
Por Andrés de la Peña
- 11-05-2021
La administración Biden-Harris arrancó con un discurso de cambio. Estados Unidos volvería a la mesa internacional, se acabarían las políticas bravuconas de Trump, terminaría el régimen de terror sobre los migrantes y los avances se verían en menos de 100 días. Transcurrió ese período y, ahora, ¿podemos ver una nueva era en la política migratoria o se anuncia la continuación de una política de Estado histórica?
Este texto finaliza una serie de 3 publicaciones: Previamente se analizó el Plan Biden para atender la migración y las acciones implementadas en esos primeros 100 días. Ahora, se trata de preguntar ¿qué efectos ha tenido esta política y qué tanto ha cambiado la situación en los hechos?
La situación
La nueva política migratoria estadounidense ha girado en torno a cuatro pilares: Acciones ejecutivas, la nueva Ley de Ciudadanía, la inversión en Latinoamérica, y la diplomacia pragmática. El primer pilar es endeble, pues las acciones ejecutivas pueden ser frenadas por jueces (como ocurrió con la suspensión de 100 días a las deportaciones que intentó promulgar Biden) y desechadas por administraciones posteriores (como hizo Biden con las de Trump). El segundo pilar es prometedor, pero tiene dos problemas: la nueva ley tiene elementos que podrían usarse para perseguir migrantes y sus puntos más generosos seguramente serán modificados por el Congreso. El tercer pilar corre las mismas complicaciones (y unas cuantas más) porque se necesita del Congreso para una erogación así, además de que esta “inversión” aún debe ser dirigida de modo que produzca un impacto positivo.
En realidad, además de las acciones ejecutivas ─que han sido poco efectivas, pues promovieron mayor movilización al dar esperanzas a las poblaciones migrantes al mismo tiempo que no facilitaban el acceso a los Estados Unidos─, la administración ha dependido de una diplomacia pragmática y, francamente, mercenaria. Aunque las acciones se mostraron como separadas, el acuerdo donde Estados Unidos pidió que México, Honduras y Guatemala militarizaran la frontera sur de México (resultando en el despliegue de 10 mil tropas mexicanas adicionales), coincidió con el “caritativo” préstamo de 2.5 millones de vacunas (acaparadas por Estados Unidos a pesar de tener un excedente) AstraZeneca a México.
Esta militarización adicional ya va haciendo estragos. A finales de marzo, el ejército mexicano asesinó a un ciudadano guatemalteco en la frontera sur, llevando a que una multitud tomara a los castrenses como rehenes y exigiera reparaciones por el asesinato. Otro caso se dio a principios de abril, cuando el ejército mexicano abrió fuego sobre un vehículo que transportaba 40 migrantes cerca de la frontera Norte. Por estos excesos, el Gobierno mexicano asume toda la responsabilidad, pues se asume que son independientes de la política estadounidense.
Alan Desmond, doctor en derecho e investigador del fenómeno migratorio, realizó un análisis de los primeros 100 días de Biden que revela algunos problemas. Primero, Biden no ha logrado aumentar sustancialmente el número de refugiados, porque una cosa es hacerlo posible con acciones ejecutivas y otra es procesar las solicitudes. Desmond también menciona la pausa de 100 días a las deportaciones, desechada por un juez federal; las califica como las pequeñas y rápidas victorias que son principalmente cambios retóricos: el fin de la “prohibición a musulmanes” que limitaba el acceso a personas y la cancelación de otros decretos del trumpismo. También recupera el respaldo presidencial que Biden restauró a DACA.
Sin embargo, nuevamente, esta protección está implementada como acción ejecutiva y pende de hilos legales delgados. Como la administración Obama no logró pasar el “Dream Act”, el Plan de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), se implementó con un memorándum del Departamento de Seguridad Nacional. Por eso ha sido sujeto a impugnaciones, además de que Trump pudo suspenderlo tan fácil como Obama pudo implementarlo. El programa provee excepciones legales para los menores de edad que llegan a Estados Unidos, sobre todo ofreciendo una vía más fácil para la naturalización y períodos de gracia contra la deportación.
Pero la realidad se impone sobre el cambio retórico: justo el 8 de mayo, de cara al día de las madres, la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) en Miami exigió a la administración agilizar la reunificación familiar de los 5.500 niños migrantes separados de sus familias en la frontera. Lo que es peor, la administración Biden dice no separar niños de sus familias, pero esto ocurre igualmente. ¿Cómo? Pues porque se expulsa a familias enteras bajo el “Título 42” del código migratorio estadounidense ─sobre medidas extraordinarias debido a la Covid, implementado por Trump y sostenido por Biden─ y estas familias abandonan a sus menores en la frontera, esperando que un coyote pueda pasarlos a Estados Unidos, donde DACA los protegerá individualmente.
Por eso resultó tan ofensivo para algunos que Alexandria Ocassio Cortez dijera: “no quiero dibujar una falsa equivalencia. Lo que está pasando aquí no es lo mismo que lo que ocurrió durante la administración Trump, donde tomaron bebés de los brazos de sus mamás y deportaron sus familias […] cuando arrancas a un bebé de las manos de su madre, no puedes dibujar la misma comparación, y cualquiera que esté haciendo eso está haciendo un profundo deservicio a la causa de la justicia”. Es cierto, no es igual: ahora se expulsa a la familia entera y se admite a los niños por separado con el reinstaurado DACA cuando, un mes después, un coyote los avienta del otro lado de la valla fronteriza. No es lo mismo: ahora Estados Unidos se ve bien mientras se encarga de que la separación familiar y la patrulla fronteriza se den en México.
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Define “crisis”
Una actividad obligada para toda aquella persona que aspire a entender el fenómeno migratorio es investigar la construcción de los términos que lo conforman: migrantes económicos, desplazamiento forzado interno e internacional, refugio y refugiados, refugiados ambientales, visa, etcétera. Para entender por qué las políticas de Biden tienen tan pobres efectos sería preciso preguntar qué es lo que significa una “crisis migratoria”.
Fulvio Attinà, politólogo e internacionalista catalán, estudió la crisis migratoria en Europa posterior a los procesos de convulsión social en el Medio Oriente y Norte de África al turno de la década pasada. Él considera que “una oleada migratoria se convierte en una situación de crisis en los países de destino cuando ciertas contingencias producen la percepción de los migrantes como una amenaza al mismo tiempo que los líderes políticos no toman decisiones oportunas, efectivas y legítimas para manejar la entrada migrante e influenciar la perspectiva ciudadana”. En este caso, manejar se traduce de manage, que se refiere a limitar y controlar el flujo más que a encausarlo o facilitarlo.
Esta visión es informativa, pero también revela una perspectiva exclusiva al Norte Global. Attinà dice que la crisis migratoria se da en los países de destino. También sugiere que depende de una “oleada” extraordinaria de migrantes que sobrepasa las capacidades de acción de una administración. Además, apunta a que se conjuga la crisis cuando esas administraciones no toman decisiones oportunas, efectivas y legítimas para limitar la entrada de migrantes y atender el sentimiento xenofóbico de sus ciudadanos.
Este último punto es interesante, pues sugiere que la crisis también es un asunto de xenofobia por parte de los ciudadanos del país de destino. La observación tiene mérito al señalar que las actitudes xenofóbicas agravan las crisis migratorias. Sin embargo, en el resto de la definición no hay una mención expresa de las causas y efectos materiales de una crisis migratoria en el contexto de una economía capitalista globalizada.
En contraste tajante, está el análisis del especialista en migración mexicano, Eduardo González Velázquez, que escribe con una perspectiva de más largo aliento y desde el Sur Global:
“Desde luego que la crisis se agudiza o suaviza […] en función de las respuestas que ofrecen los gobiernos de México, Centroamérica y Estados Unidos […] en muchas ocasiones las autoridades atienden esa situación desvinculándola de la migración histórica, suponiendo con ello que son incidentes aislados que se pueden controlar, sin pensar que es un proceso que debe ser visto y resuelto tomando en cuenta todos los elementos que lo producen. Precisamente […] es el resultado de las estrategias puestas en marcha para enfrentar la migración por parte de todos los gobiernos inmiscuidos en este asunto”
Obsérvese con cuidado la diferencia entre la descripción de Attinà y la de González. El segundo considera que la crisis es regional y no estadounidense. También deja en claro que la crisis está vinculada con una migración histórica y no es simplemente el producto de una “oleada” repentina y mal administrada.
Fundamentalmente ─aquí está el talón de aquiles de la mayoría de las políticas migratorias hechas “desde arriba”, en el Norte Global─, González observa que la crisis no se da por una falta de acciones oportunas, efectivas y legítimas para manejar el ingreso de migrantes y atender la percepción de la ciudadanía en el país de destino. Todo lo contrario, la crisis sigue ahí como resultado de las acciones que sí toman todos los gobiernos involucrados en el patrón migratorio.
¿Dónde está la crisis?
Es clave entender que la crisis migratoria es un fenómeno histórico, de configuración estructural y de alcance regional. ¿Dónde está la crisis? Claro, en los albergues estadounidenses atascados de niñas, niños y adolescentes sin compañía adulta. Sin embargo, la crisis también está en los salarios de miseria de las maquilas textiles colombianas. La crisis también está en el poblado de La Ceiba en Honduras, donde los maras reclutan forzosamente a jóvenes. Punto número uno: para atender la crisis, hay que ubicarla, y para eso hay que saber que esta es nuestra crisis, no de los Estados Unidos y mucho menos de los migrantes.
Preguntar ¿dónde está la crisis? implica reconocer una serie de realidades que se dicen al sur de la frontera estadounidense, pero que se han escuchado poco en boca de cuantiosos presidentes estadounidenses. Punto dos: la crisis actual no es coyuntural. Puede haber dinámicas momentáneas que llamen la atención, como el aumento en el flujo de migrantes menores de edad sin compañía, o las caravanas migrantes, pero la crisis es una sola y se puede seguir su línea ininterrumpida hasta incluso antes del “programa bracero”.
Punto tres, en el cual, se puede extender la definición de Attinà: La crisis no está en las acciones de gobernantes y percepciones de ciudadanos en los países de destino, es estructural, y es que el sufrimiento de la población migrante es el resultado de una configuración macroeconómica, política y hasta cultural de escala global y que relaciona fenómenos distintos. Esta crisis no se resuelve abriendo y cerrando una llave de visas ni convenciendo a los ciudadanos norteamericanos de que los migrantes no vienen a perjudicarlos.
El presidente mexicano, de cara a la Cumbre de Líderes sobre el Clima que convocó Joe Biden, propuso vincular un programa de subsidios a la agricultura en Centroamérica con la política migratoria al ofrecer vías a los beneficiarios del programa. La idea sería captar a potenciales migrantes con el señuelo de las visas para convencerlos de quedarse con una actividad agrícola. De entrada, no parecía una gran propuesta, pero la respuesta de la administración estadounidense parecía mucho peor. La propuesta fue rechazada porque la administración consideró que la política migratoria y la política ambiental no están relacionadas.
Esto es solo un ejemplo más de que, por más que exista un discurso de cambio, la “nueva” retórica sigue entendiendo la crisis migratoria como la define Attinà. Preocupa ver a la administración y sus partidarios afirmar sinceramente que ya no se “arrancan bebés de las manos de sus madres” cuando, en realidad, solo han reubicado estas actividades en otras geografías y actores. La administración lleva poco; habrá que observar cómo procede en los siguientes meses y cómo avanza la Ley de Ciudadanía. Sin embargo, hasta ahora, las medidas de Biden (acciones ejecutivas de poco impacto, promesas de legislación, diplomacia mercenaria, militarización, y un discurso amigable) no prometen un cambio de era en lo absoluto.
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Andrés de la Peña es estudiante de Relaciones Internacionales y periodista mexicano.