Crónicas de las que resisten
Mujer, europea y atravesando sus treintas
Por Marie L.
- 08-03-2021

Cuando tenía veintitantos años, recuerdo que mi padre me dijo que debería casarme con mi novio de ese entonces, me sorprendió bastante su deseo de llevar mi vida en una dirección diferente a la que yo elegiría. Mi respuesta fue “¿por qué me dices esto? ¿Qué diferencia haría para ti?” A lo que él contestó “te daría suficiente seguridad tener un hijo”. Me encerré en mi habitación después de escucharlo, comencé a llorar, tenía la sensación de que la forma en que conducía mi vida no era lo suficientemente buena para él. Después de eso, cada vez que salía con alguien nuevo, pasaba por la misma situación. Me molestaba más, me sentía más triste y mi odio hacia mi padre crecía. Llegó a sugerirme que debería casarme con mi mejor amigo en lugar de salir con un chico más joven porque él estaba ganando mucho dinero y, por lo tanto, sería un padre estable y acomodado para mis hijos.
Dejé de hablar con mi papá durante más de un mes. Unos años después, me establecí con un compañero amable y cariñoso durante siete años en París, donde estaba trabajando en ese momento. Después de un tiempo, decidimos comprar un apartamento juntos, tenía un trabajo regular, toda mi situación era “estable”, a pesar de que aún no tenía claro si algún día querría casarme o ser madre. Un día, mi padre vino a ver nuestro nuevo apartamento, a comprobar cómo iba mi nueva vida, compartimos una linda cena junto a mi pareja y después de la cena, mi papá me encontró a solas para decirme: “Marie, si tienes problemas para tener un hijo con tu pareja, hoy en día debes saber que puedes encontrar algunas soluciones médicas”. Me quedé impactada. A él no le importaba que yo fuera feliz en mi nuevo piso, ni siquiera se preguntaba si tenía una relación sana, su única preocupación era no llegar a ser nunca abuelo.
Yo ya estaba confundida con respecto a la maternidad y sus palabras claramente no ayudaron. Dejamos de hablar durante unos meses, yo me sentía profundamente decepcionada de él. Pasó el tiempo, la vida siguió como estaba, con un trabajo seguro, una relación y un apartamento seguros, pero, al mismo tiempo, cada vez más confundida acerca de tener un hijo, acerca de mi relación, de mi trabajo y de mi vida en general. Un año después, me derrumbé, no podía dormir por la noche, no podía trabajar ni tener relaciones sexuales con mi pareja. Me sentía como un león en una jaula, como tener que enfrentarme a una pared o caer en un agujero negro. Fui completamente incapaz de seguir viviendo esa vida, “mi” vida, tenía que hacer algo, pero ¿qué? Sabía que algo andaba mal, que no estaba donde realmente quería estar. Entonces, el día de mi cumpleaños 32, hablé con mi supervisor en la empresa en la que había estado trabajando durante los últimos dos años y le dije que dejaba mi trabajo.
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El mismo día, por la noche, le dije a mi pareja que necesitaba tomarme un descanso, un largo descanso. Él quedó muy sorprendido, no lo esperaba en absoluto. Después de un tiempo, decidimos vender nuestro apartamento, fue muy duro, nunca me sentí tan sola. Por supuesto, mi padre estaba completamente en desacuerdo con la forma en la que estaba manejando mi vida. Después de haber dejado todo, me sentí como un bebé recién nacido. No más raíces, no más trabajo, no casa, no relación, no nada. Tuve que aprender a caminar de nuevo con mis propios pies y no con los pies de mi familia o los de la sociedad. No tenía idea de qué hacer, por dónde empezar. Entonces, comencé a viajar sola. Primero pasé unos meses en Tailandia aprendiendo a dar masajes y meditación, luego viajé a India y Malasia para hacer un poco de voluntariado.
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Durante esos meses, me di cuenta de que tenía muchos problemas personales que resolver para sentirme bien conmigo misma. Empecé a abrazar mi feminidad y mi creatividad, rechazada durante tantos años. Entendí que antes de considerar cualquier tipo de relación o maternidad, debemos comenzar por resolver nuestros propios problemas y aprender a amarnos a nosotras mismas para poder amar de verdad a alguien más. Después de un viaje solitario y emocionalmente intenso, decidí instalarme en Portugal. Por todo lo que aprendí sobre mí durante mis meses viajando, Portugal parecía un lugar en el que podía disfrutar viviendo. Alquilé una habitación en un piso compartido y aprendí a vivir con sencillez, sin tener la necesidad de controlarlo todo, sin tener que hacer planes elaborados para el futuro, simplemente estando de acuerdo con el presente. Aprendí a decir que no, cuando una situación no era buena para mí o cuando alguien me pedía hacer algo en contra de lo que soy. Aprendí a conocerme a mí misma y a aceptar quién era, lo que quería y lo que no. Hoy, tengo 34 años, no salgo con nadie, soy feliz con quién soy, dónde estoy y con lo que hago. Todavía no sé si en algún momento sentiré la necesidad de ser madre o casarme. Lo que sí sé, es que, si llega a ocurrir, la decisión nacerá desde mi corazón y no desde el deseo de alguien más.
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Marie L. es una mujer francesa que creció en Niza, en el sur de Francia. Explora la creatividad en muchos aspectos, cantando, pintando, escribiendo, etc. Ella todavía está mejorando sus habilidades de meditación a diario y está escribiendo un libro sobre sus experiencias de vida.