Feminismo

“No somos sororas con las opresoras”: La sororidad también es política

Todas las personas pueden de alguna u otra manera convertirse en perpetuadoras de desigualdades, de violencias y de estigmatización, y el hecho de que formen parte de un grupo históricamente oprimido o estigmatizado, no les exime de la responsabilidad social

Por María José Gordillo Kempff

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(Ilustradora: Pnitas, Fuente: Pinterest)

Primeramente es necesario establecer lo que se entiende por sororidad como la hermandad entre mujeres, como estrategia que se opone y resiste a la misoginia que vivimos todos los días a partir del sistema patriarcal. Desde ahí es que se puede abordar la pregunta: ¿No es la sororidad una de las reivindicaciones del feminismo? En ese sentido me parece importante remarcar que sí, que el tener como premisa que todas las mujeres estamos sometidas al sistema patriarcal es una muestra genuina de solidaridad y de conciencia social, además de la clave para poder comenzar a abordar el tema de las desigualdades sistémicas.

Sin embargo, me parece clave poder resaltar el hecho de que la sororidad sin una conciencia interseccional puede fácilmente reproducir desigualdades y relaciones de dominación, aunque esa no sea la intención. Puesto que no todas las mujeres nos encontramos en la misma posición social, ya que existen otros factores influyentes como el origen étnico, la clase social, la nacionalidad, la discapacidad, y la sexualidad; los cuales son transversales a la experiencia basada en el género. Es más, muchas veces la condicionan en su totalidad. Es por eso que propongo abordar las dimensiones de interseccionalidad desde la mirada feminista, para luego poder analizar el concepto de la sororidad en un sentido político.

“No somos sororas con las opresoras”, esta frase gatilladora sugiere que existe un límite en la sororidad, además que muestra una crítica contundente a la idea de que la sororidad debería ser practicada con absolutamente todas las mujeres, sin importar sus ideologías u acciones. En ese sentido me parece pertinente mencionar dos dimensiones de análisis para profundizar un poco más en mis ideas: los privilegios por un lado, y el accionar político por el otro.

Cuando hablo de los privilegios me refiero a que para una mujer privilegiada (por ejemplo, una mujer blanca, de clase media y del occidente mundial) es más sencillo poder ejercer relaciones de dominación, o como lo sugiere la frase, ser opresora. En este sentido tampoco se quiere caer en una política de apuntar dedos que nos sumerja en la culpa y la vergüenza, y tampoco en la falacia teórica de homogeneizar a todas las mujeres y feminidades privilegiadas. Puesto que más que los privilegios que se tengan, cuenta la reflexión crítica para con los mismos. Por lo tanto, la dimensión de los privilegios realmente cobra importancia a medida que estos mismos no sean asumidos como tal, y no sean reflexionados por la mujer en cuestión. Por el contrario, lo ideal sería que las mujeres y feminidades privilegiadas tengamos un constante proceso de posicionamiento autocrítico, para así abrirle paso a un accionar político que busque la coherencia, sabiendo que no se le pide perfección a absolutamente nadie porque dicha característica no existe. Recalco: no existe ni el “feministómetro” (una manera coloquial de denominar a una supuesta medida de quién es sería más feminista que quién), ni la perfección feminista: pero si existe la capacidad de desaprender y seguir construyendo criterio en alianza y complicidad con las más vulnerables.

“No existe ni el “feministómetro”, ni la perfección feminista: pero si existe la capacidad de desaprender y seguir construyendo criterio en alianza y complicidad con las más vulnerables.”

Al respecto de la dimensión del accionar político —que entiendo como todas las decisiones y acciones que puedan involucrar y/o comprometer la dignidad de una o más personas— este cobra relevancia porque dice mucho sobre el proceso de reflexión y posicionamiento de la mujer, además de que puede demostrar claramente si su accionar político es consecuente con una perspectiva de justicia social y conciencia colectiva, al menos con una necesidad de retroalimentarse y ejercer autocrítica. Aquí me parece adecuado ahondar en el hecho de que todas las personas pueden de alguna u otra manera convertirse en perpetuadoras de desigualdades, de violencias y de estigmatización, y que el hecho de que formen parte de un grupo históricamente oprimido o estigmatizado, no les exime de la responsabilidad social y colectiva de reconocer la manera en la que funciona la opresión, y las maneras en las que ellas mismas podrían estar contribuyendo a la perpetuación de las mismas. De nuevo, por cuestiones de entramados de dominación y opresión complejos que sobrepasan a la categoría de género.

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Igualmente, cabe agregar que la sororidad tiene el riesgo de ser instrumentalizada para contener la crítica hacia el accionar político de ciertas mujeres que son reproductoras del sistema patriarcal. Y aquí es importante distinguir entre lo que es una crítica sesgada, con lo que es una crítica constructiva. Siendo la crítica sesgada una que contiene ánimos de atacar, denigrar y humillar a la mujer a partir de lógicas sexismo o partir de sesgos patriarcales; en los que se crítica a la mujer en cuestión por el hecho de ser mujer o por el hecho de reproducir características asociadas con la feminidad. Por el otro lado, en lo que respecta a la crítica constructiva, esta se transforma en algo necesario desde los movimientos sociales y para cualquier tipo de construcción de epistemología emancipatoria, especialmente si estas luchas vienen desde un lugar de defensa de los Derechos Humanos, o de las reivindicaciones sociales de ciertos grupos que son marginalizados, discriminados u oprimidos.

Es ahí donde como feministas no deberíamos dejar que una de nuestras consignas más fuertes, como la es la de la sororidad, nos juegue en contra. Tomando en cuenta que toda mujer y feminidad tiene la capacidad de reproducir conductas y posicionamientos patriarcales, por consiguiente, tenemos que dejar de arraigarnos a las cuotas biológicas, ya que necesitamos seguir reafirmando lo emancipatorio del accionar político y de lo ideológico. Por lo tanto repito contundentemente: ¡No somos sororas con las opresoras! Es por estas razones que concluyo esta reflexión con la idea de que es imperante la adición de la perspectiva interseccional a la construcción del concepto de la sororidad, porque considero que el concepto de la sororidad en sí no se encuentra errado en lo absoluto. Ya que una sororidad politizada, interseccional y colectivista implicaría el comienzo del fin del entramado de dominaciones de corte patriarcal que quiere romper los tejidos colectivos por medio de la individualización, la desigualdad y la división.

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María José Gordillo es licenciada en Género y Diversidad, estudiante de la maestría en Estudios Latinoamericanos Interdisciplinarios y parte del Directorio de Cronistas Latinoamericanos.

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