Nuevas hegemonías

Sábado, 15 de febrero de 2020

Nuevo espíritu del capitalismo neoliberal, pensamiento positivo y la felicidad como imperativo

“La propuesta de la multiplicidad de saberes en estado teórico y práctico que confluyen en lo que denominamos pensamiento positivo (coaching, autoayuda financiera, emprendedurismo) objetivamente tienden a condonar las promesas incumplidas del modelo de acumulación reinante”

Por Javier Pastor

(Fuente: educacionparalasolidaridad)

En los albores del siglo XX aparecía publicado el ya clásico estudio de Max Weber acerca de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, obra que posteriormente habría de convertirse en una referencia fundamental dentro del campo sociológico en general, y de la sociología de la religión en particular. A la vez que ineludible como diagnóstico crítico de la cultura, como un momento de una interrogación más amplia por los modos de conformación y perpetuación de un determinado modelo de sociedad y las formas de subjetivación en las que se haya anclado.

Por eso mismo, en la medida que hace a su estatuto como “clásico”, cabe preguntarse acerca de su pregnancia como herramienta teórica a partir de la cual elaborar una lectura de las sociedades en tiempo presente, con todo lo que las mismas contienen de disímil respecto de las condiciones materiales objetivas en las que fuera gestada la empresa weberiana, y donde aquella imagen innegablemente potente de la “jaula de hierro” parecería haberse disuelto, dando paso a un mundo de polivalencia funcional y redes flexibles.

Interrogante del que nos serviremos a modo de excusa para dejar asentadas una serie de consideraciones apremiantes respecto de los que creemos son los modos actuales en los que ese “ethos” pervive, reactualizado, entre nosotros, colaborando de manera acaso igual de decisiva que como antes lo hiciera, o más aún, para la producción de los “especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón” del capitalismo posfordista contemporáneo.

Por caso, y sin pretender ahondar aún más en una exégesis académica del pensador alemán: ¿cuánto de la centralidad otorgada en su momento a aquel “ascetismo mundano”, que enfatizaba al máximo la lógica de la gratificación diferida sumada a una racionalización total del tiempo productivo, es dable de ser sostenida hoy, en tiempos de neoliberalismo financiarizado con su presión constante a mayor rentabilidad en ciclos de acumulación más cortos?, o bien, ¿cuánto de esa delimitación negativa de la conducta se mantiene en el formato de propuesta cultural de las nuevas derechas latinoamericanas, caracterizado por una mayor permeabilidad a discursos que hacen de la “felicidad” y la actitud positiva -en y más allá del ámbito laboral- una apuesta clave a la vez que una promesa permanente?

Un ethos para el desierto neoliberal

Un lugar por donde ensayar un principio de respuesta posible bien podría ser analizar lo que acabó resultando el slogan y leitmotiv del saliente gobierno de derechas en la Argentina. El “Sí se puede”, repetido como mantra por los voceros oficiales y oficiosos del macrismo, nos sugiere una glamorización de ese mundo de emprendedores permanentes y clases obreras en peligro de extinción (conceptual y material) que vendría a fungir como signo y condición de posibilidad de esa economía competitiva que, a su vez, haría viable el desarrollo pleno de cada individuo y su inserción en un pujante horizonte de “los empleos del futuro” y “trabajos que aún no existen” e “incertidumbres” a ser gozadas, parafraseando los dichos de Esteban Bullrich.

Este sí se puede, se convierte rápidamente en un “Sí se puede ser feliz” más allá de todo contexto (social, laboral, económico) tal y como aparece en las retóricas del coaching empresarial y de la autoayuda que han nutrido tanto los publicitados “retiros espirituales” de funcionarios y dirigentes del macrismo, así como conferencias públicas auspiciadas desde los resortes estatales. Baste para esto un ejemplo puntual: en 2016, cuando el proyecto derechista del gobierno de Cambiemos estaba en auge, su Ministerio de Trabajo se abocó a organizar una charla sobre “Cómo ser felices en el trabajo y en la vida”, dictada por el director de una importante consultora privada autora de un manifiesto por la felicidad en el trabajo.

Allí se instaba a los participantes a considerar que ser feliz en el trabajo es siempre una posibilidad y por ende una elección individual, o, dicho en sus propias palabras, que “la felicidad en el trabajo es mi responsabilidad y sólo mía” y que la misma entonces no requiere “la ausencia de elementos negativos en él (trabajo)”, o bien que “un salario más alto no me hará más feliz en el trabajo”; en lo que supone un alegato a favor del entusiasmo por el entusiasmo, casi como precondición para atraer la fortuna y/o el bienestar propio y ajeno, ya que “la felicidad es contagiosa” y “la mejor manera de ser feliz en el trabajo es haciendo que otros lo sean”.

Una lógica argumentativa que no casualmente nada tiene que envidiarle a best-sellers de la autoayuda financiera como Dale Carnegie, o a secas, como Paulo Coelho, y que bien podría estar sintetizada inmejorablemente en el título de un artículo de Rodrigo de la Fabián y Antonio Stecher: “Ocúpate de ser feliz y todo lo demás vendrá por añadidura”.

El malestar en la cultura posfordista

Pero, entonces, ¿qué nos dicen estos verdaderos ideologemas de la derecha vernácula respecto del problema en cuestión? ¿Cómo se juega en y a través de ellos una nueva ética, un nuevo ethos, para este, al decir de Boltanski y Chiapello, “nuevo espíritu del capitalismo”?

Creemos que los mismos expresan mucho respecto del modo en que las fracciones de clase más pujantes, a cargo del proceso de valorización de capital en sus segmentos hegemónicos, se figuran, no sólo ya en términos técnicos sino también ético-afectivos, el mundo y su lugar en él. Es decir, elaboran a un tiempo una “justificación”, que es a la vez explicativa y normativa, para su propio privilegio relativo y la necesidad de consolidar y reproducir en el tiempo las relaciones sociales de producción que les hacen posibles.

Construcciones idiosincráticas que exceden el ámbito de lo meramente laboral, proyectándose como filosofías de vida válidas para todo tiempo y lugar, como herramientas cuasi técnicas y apolíticas para la superación personal y el éxito en general, que promueven un concepto de felicidad crecientemente individualizante y prescindente de referencias a horizontes colectivos de realización.

Los discursos que acaban actuando como fundamento de las narrativas ideológicas anteriores devienen así también en sobre-compensaciones funcionales a los puntos ciegos a los que las nuevas formas de organización del trabajo y la producción del capitalismo (bajo la égida de esta etapa financiera, posmoderna, psicopolítica, emocional, o como quiera conceptuarse) no dejan de dar lugar, toda vez que los mismos resultan un momento necesario para la realización del plusvalor.

Digámoslo así, sin ambages: la propuesta de la multiplicidad de saberes en estado teórico y práctico que confluyen en lo que denominamos pensamiento positivo (coaching, autoayuda financiera, literatura de divulgación en administración de empresas, psicología positiva, cursos de formación en liderazgo, emprendedorismo como reaseguro de propuestas meritocráticas, y sigue la lista) objetivamente tienden a condonar las promesas incumplidas del modelo de acumulación reinante.

Allí donde las lógicas de valorización imperantes ya no pueden asegurar en modo alguno el pleno empleo, o siquiera niveles estables de actividad a lo largo del tiempo, aparece el pensamiento positivo para cantar loas al emprendedurismo como forma privilegiada de autoafirmación; adjudicando por oposición a la falta de mérito e iniciativas individuales la responsabilidad por la “propia” in-empleabilidad. Allí donde la expansión de formas precarizadas de (sub)empleo y trayectorias sociales cada vez más inestables dan lugar a la cotidianeidad de situaciones de estrés, ansiedad, y, eventualmente, depresión constantes; aparece el pensamiento positivo para recordarnos que en realidad todos podemos ser artífices de nuestra propia felicidad y que la capacidad de “administrar” nuestras emociones negativas es un recurso que depende de, y a ser aprovechado por, uno mismo.

Allí donde, allende el ámbito puramente económico, la cultura del nuevo capitalismo, centrada en los soportes digitales y las redes sociales como mediación privilegiada para su producción, difusión y consumo, horada las condiciones de posibilidad de un sentimiento de trascendencia personal y colectiva; el pensamiento positivo ofrece sus sucedáneos o bien formatos de espiritualidad a medida de un creciente cuentapropismo religioso que no excluye la posibilidad de nuevos fundamentalismos doctrinarios. Allí donde, por último, el capitalismo contemporáneo produce estructural y necesariamente insostenibilidad ambiental, dependencia económica, segregación cultural y étnica, o patrones sexogenéricos excluyentes; el pensamiento positivo ofrece un modelo de compromiso a través de cambios de conciencia y hábitos individuales que, en teoría, replicados y por mera agregación podrían por sí solos alcanzar eventualmente una transformación radical.

El optimismo realmente existente

Sin embargo, la misma emergencia de esta narrativa ideológica nos advierte sobre lo desacertado que sería tomarla como un destino inescapable o absoluto. El hecho de que existan efectivamente puntos ciegos, de tensión, promesas no cumplidas, en fin, contradicciones estructurales, a lo largo y a lo ancho del actual entramado social, supone una apertura para la disputa hegemónica en términos de interpretaciones antagónicas con las dominantes culturales del presente.

Si bien hasta ahora no lo hemos mencionado explícitamente, no deja de ser rotundamente cierto que seguimos atravesando un escenario geopolítico de crisis civilizatoria y oportunidad para la emergencia de proyectos de sociedad alternativos, que -por eso mismo- deben poder darse las correspondientes herramientas teórico-conceptuales para enfrentar también en el terreno de la cultura la avanzada neoliberal con su consecuente generalización de la forma-empresa a todos los ámbitos de la vida (incluída la relación con nosotros mismos).

Es por eso que nos gustaría cerrar esta nota haciendo hincapié en la necesidad de elaborar una noción de felicidad que pueda estar a la altura de su propio concepto, que contenga en su misma hechura las mediaciones sociales que la hacen posible, en oposición a un ideal de realización personal de ribetes individualistas, instrumentales y cosificantes. Una forma de felicidad que acaso no sea hallable dentro de los marcos del actual ordenamiento de lo social y que deba por ende trastocar desde dentro los límites del presente para luchar por las “utopías posibles”.

Javier Pastor está realizando actualmente su tesis de Lic. en Sociología en la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. En ella prevé realizar un estudio sobre la ideología en el materialismo histórico y sus críticos.Es miembro de Kairós (Equipo de estudios en Nuevas Hegemonías).