Cuento

Para mi Ángel, de mamá

Creo que no dije nada; una bala de silencio te mató. Creo que dije que no; una bala de negación te mató. Creo que pensaste en la pistola; una bala de verdad te mató.

Por Alejandra Vizcarra Jonsson

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp
Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp

Despertar. Trabajar. Comer. Dormir. Me pesan los párpados, como si estuvieran cargados de angustia. Ya tengo que despertar, despertar. Dejé de contar los días. Bien podría ser hoy jueves o lunes, para mí es el día cero, cero. Igual que ayer.

El aire pesa más que mis párpados. Tal vez es el calor, calor, que hasta las manecillas de mi reloj se están derritiendo cual Dalí “La Persistencia de la Memoria”. Trato de levantarme, pero bien te digo que me pesa el aire. Me apachurra el pecho, siento hilos de oxígeno entrando por mi nariz.

Antes me parecían ridículas las películas en blanco y negro. No les encontraba gracia a una secuencia de fotografías en escala de grises contando una historia. Hasta que se convirtieron en mi historia. Ahora no dejo de verlas, verlas.

Día cero. No sé qué pesa más. Mis párpados, el aire, o perderte. ¡Maldito dolor! Maldigo el día en que salí de la casa, casa. Estúpida yo en dejarte. Idiota yo en no hablar contigo. Reverenda pendeja yo en decirte dónde guardábamos la pistola por si se metían a robar. Pero si vivíamos en una colonia decente, ¿para qué cargábamos con una pinche pistola, pistola?

Al imbécil de tu papá se le ocurrió comprarla en la frontera cuando éramos jóvenes, recién casados, disque para protegerme. En ese entonces era un hombre fuerte, protector, trabajador. En este entonces también, nomás que con unas arrugas y canas más. Pero con tanta crema y menjurjes que se pone ni parece. Ángel, mi amor, ni le digas a tu papá que te estoy contando esto porque luego termino con un ojo morado como el mes pasado, pasado. A ti ya no te tocó verme la última vez, pero híjole ni mis amigas Avon o Mary Kay pudieron ayudarme.

Me acuerdo de cuando te caché maquillándote por primera vez, vez. Has de haber tenido unos 12 o 13 años. Entré a tu cuarto y ahí estabas, guapísimo y lleno de mi maquillaje… creo que nunca te lo dije, pero te veías guapísimo, mi amor. Se veía que ya le habías intentado antes. ¡Pero me agarraste en curva, Ángel! ¿Cómo fregados querías que reaccionara si te parecías más a Paulina Rubio que a Erik Rubín de Timbiriche?

Después de esa noche, mi Ángel, nuestro destino cambió. Me contaste tu mayor secreto, mamá soy gay. Me quedé helada, no supe reaccionar. No sabía si preguntarte cuándo lo supiste, o si ya habías besado a otro escuincle, o peor tantito preguntarte si ya lo sabía tu papá.

Por ahí había escuchado que el silencio mata. Esa tarde me di cuenta que el silencio no sólo mató nuestra relación, sino que te mató a ti también. El silencio aniquiló todos tus sueños y esperanzas de encontrar en mí, tu mamá, un refugio. Mi vacío de discurso borró esa sonrisa de la cara cuando me dijiste, mamá, ¿estás bien?. Y no supe qué hacer más que encerrarme en mi cuarto. Te dejé sólo, Ángel, te dejé sólo con mi silencio.

Al día siguiente no nos dirigíamos ni la mirada, mucho menos la palabra. No sabía qué hacer, mi Ángel. Si tu papá se enteraba te agarraba a madrazos y te hubiera dicho mil y un nombres: puto, maricón de mierda, no eres mi hijo.

Hasta que esa misma noche antes de dormir me agarré de los ovarios y cambié mi típico monólogo religioso de buenas noches. Mi amor, eres mi hijo, mi adoración. Siempre serás mi hijo. Buenas noches, mi vida. Te amo. Nos quedamos platicando un rato, me confesaste unas cosas, te di un beso y antes de cerrar la puerta te pedí que no le dijeras a tu papá. Claro que entendiste, mi Ángel. Sabías que tu papá se creía un “macho alfa lomo plateado”, según él, y que los gays no eran hombres de “verdad”, según él.

¿Quién iba a decir que ese discurso se convertiría en nuestra despedida?

Ven para acá, vieja. ¿Qué son esas chingaderas de no decirme nada? Estaba rojo con el puño lleno de odio y machismo. ¿Nuestro hijo es putito? Deja de llorar y contéstame, pendeja. Me pegó a la pared, pared. Sólo me acuerdo de llorar, llorar, como María Magdalena.

Creo que no dije nada; una bala de silencio te mató. Creo que dije que no; una bala de negación te mató. Creo que pensaste en la pistola; una bala de verdad te mató.

Esa noche te escuché llorando desde tu cuarto, cuarto. No sé qué andaba haciendo tu papá en la puerta de tu cuarto. Siempre llega más tarde de disque la chamba. De todos los pinches días. ¿Por qué hoy se le ocurrió llegar a horas decentes sin olor a alcohol y con mucho oído?

No pude explicarle a tu papá que el enfermo no eras tú, era él. Que la homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí. Era muy difícil, mi Ángel, si no imposible. Yo me vi muerta, muerta, cuando me confrontó sobre tu homosexualidad. Pero ahora, ¿qué fregados me importa? Me hubiera animado a decirle todo. A fin de cuentas, una gran parte de mí murió al día siguiente.

No quisiste desayunar, preferiste ir con el estómago vacío. Te di una torta, mínimo para después, como dicen “panza llena, corazón contento”, pero hacía falta llenar más que sólo tu estómago para regresarte esa felicidad.

Hasta la fecha no sé qué pasó en la escuela. Habían pasado sólo tres horas desde que saliste de la casa cuando me llamaron para que te recogiera. ¿Mi hijo? ¿Cómo que se peleó? ¡¿Con quién?! Tu papá hubiera estado orgulloso de ti. Qué ironía. Si estoy segura que ni siquiera te peleaste por “machito” sino por enojo. Necesitabas descargarte y sacar esa rabia que llevabas dentro. Soltar el peso de encima que llevabas cargando y tirárselo a alguien más. O mínimo eso es lo que creo, lo que quiero pensar. Gracias a Dios la “pelea” (si así se puede llamar a tres empujones) no pasó a mayores y mejor te llevé a la casa. Error.

Error.

Error.

Error.

Lo más leído

Yo sólo te dije que estaba mal pelearse. Yo sólo te grité poquito en el carro. Yo sólo quería que entendieras. Yo sólo necesitaba ir al súper. Yo sólo te dejé solito 1 hora. Yo sólo me fui un ratito. Yo sólo recibí una llamada de la vecina. Yo sólo escuché que había escuchado un balazo. Yo sólo entendí que parecía venir de mi casa. Yo sólo pensé en la pistola de tu pinche papá. Yo sólo quería saber que no eras tú. Yo sólo…

Ay, mi Ángel, ¿cómo diste con esa pinche pistola? No dejo de darle vueltas a ese día, a esa hora, a ese minuto, a ese segundo en que te me fuiste, fuiste. Mis amigas me dicen que parezco disco rayado. Como te darás cuenta, siempre estoy reviviendo ese día, mi último día, tu último día.

P.S.: Te escribo esta carta porque la psicóloga me dijo que me podría ayudar, ¿pero qué chingados va a saber ella de perder un hijo? Ya llevo casi un año en terapia y creo que estoy mejor. A lo mejor sí sabe algo. Bueno, sólo quiero que sepas que te amo y que voy a estar bien, tal vez no hoy ni

mañana, pero pronto. Espero que esta carta te llegue hasta el cielo, mi Ángel.

El 10 de septiembre fue el Día Mundial para la Prevención del Suicidio.

Si sientes que tú o alguien necesita ayuda.

  • Internacional (Teléfono de la Esperanza): 717 003 717
  • Argentina: (54-11) 5275-1135 o 135 desde Buenos Aires
  • Bolivia: 22 48 486
  • México: 800 015 16 17 y (55) 7334 8556

Te invito a visitar este sitio web para mayor información.

Hoy por ti, mañana por mí.

Lo más leído

Alejandra Vizcarra Jonsson es estudiante de Relaciones Internacionales mexicana y practicante en TRANSVERSAL Think Tank.

Más artículos relacionados

Más para ti