Opinión
Publish or perish ¿Para qué y/o quienes publicamos?
“Hemos caído en una redención a la publicación masiva para permanecer visibles porque así lo demanda el orden académico”.
Por Javier Andrés Claros Chavarría
Lunes, 29 de junio de 2020
Hace más de un mes di una conferencia para el proyecto Bolivia Experta, iniciativa que llevó a cabo una serie de charlas interdisciplinares brindadas de forma virtual por varios académicos con el propósito de recaudar fondos para comprar materiales de bioseguridad y donarlos a los hospitales que afrontan la pandemia del coronavirus. En el marco de las charlas, llamó mi atención la presentación de un conferencista por el contenido de una de sus diapositivas: “El mundo está cambiando a tal velocidad, que ya no será el grande quien se coma al pequeño, sino que será el rápido quien se devore al lento”, expresaba el texto de esta. Posterior a la presentación, los comentarios sobre la frase no se dejaron esperar: “la cruda verdad”, “a quien le duela ahora así es la cosa”, manifestaban algunxs de los asistentes.
Era evidente que estaban de acuerdo con esta especie de “antropofagia” que le rinde “culto a la velocidad del moderno sistema capitalista” que Alejandro Barranquero analiza en su artículo sobre el movimiento slow, corriente que propone una filosofía orientada a la desaceleración de la vida en todos sus ámbitos, incentivándonos a establecer nuestros propios tiempos para realizar nuestras actividades con calma a modo de disfrutarlas. Las tareas elementales de este movimiento están orientadas al quiebre del tabú de la lentitud, comúnmente asociado a la pereza y ocio, que van en contra de la “eficiencia”, para muchxs, sinónimo de rapidez. Lo llamativo, es que esta filosofía/corriente ha llegado hasta la comunidad científica; por ejemplo, el “slow science manifesto” de Berlín expresa en sus primeras líneas: “We are scientists. We don’t blog. We don’t twitter. We take our time”. En este manifiesto, los científicos demandan la necesidad de tomarse el tiempo prudente para realizar sus investigaciones, “We do need time to think”, argumentan.
Al respecto, mientras cursaba la maestría en el Brasil, un tema constantemente discutido por profesores y estudiantes estaba relacionado a las publicaciones académicas en revistas, libros, anuarios, y demás espacios puestos a disposición de la comunidad docente estudiantil para la divulgación de contenido científico. En este país, las revistas para publicar están jerarquizadas según su nivel impacto en la comunidad académica y son reguladas por la Coordenação de aperfeiçoamento de pessoal de nível superior (CAPES), de modo que, no es lo mismo publicar en una revista “qualis A1” que en una “qualis C2”; el mismo programa de maestría al que pertenecía demandaba la publicación de un artículo en una revista mínimamente “qualis B1” como uno de los requisitos para obtener el diploma.
Con el pasar del tiempo, pude percibir que para mis compañerxs y profesorxs “publicar”, más que una tarea “académica-científica” que pretende analizar, reflexionar o criticar un determinado fenómeno social, político, económico, cultural, etc., se trataba en realidad de “llenar” el currículo académico para acceder a fondos concursables, becas o impartir docencia, entre otras ventajas. Dicho de otro modo, producir y publicar se tornaba en un “medio-fin” para lograr ciertos objetivos que demandaban una determinada cantidad de textos publicados.
Recuerdo el caso de un compañero que escribió para un mismo número de una revista “qualis B1” siete artículos, un artículo como autor y los otros seis como coautor, todos fueron publicados, hecho por demás cuestionable por los criterios de selección de la revista y por el modus operandi del autor. No obstante, en el otro extremo, nuestras posibilidades para publicar como alumnxs de maestría estaban restringidas cuando se trataba de revistas “qualis A1”, debido a que no “cumplíamos” con el “nivel” para acceder a dichos espacios. Por lo tanto, si contemplábamos enviar nuestras producciones académicas a revistas “A1”, éramos obligados a gestionar/colocar el nombre de un profesor o una profesora con grado de doctor(a) para respaldar nuestra voz autoral.
¿A qué quiero llegar? Tanto para docentes como para estudiantes publicar se ha vuelto una “obsesión” y el acceso/oportunidad para hacerlo es limitado debido a determinados factores excluyentes.
Hablamos de reflexión y de análisis científico, pero también de producción, impacto e indexación, es decir, publicar también tiene que ver con el lugar donde se lo hace. En ese contexto, bases de datos bibliográficos como Scielo, Scopus o Web of Science son las nuevas “jaulas de hierro” weberianas responsables de establecer métricas que legitiman y ponderan los espacios en los que se publica y los textos publicados.
El proceso de producir y publicar masivamente artículos, papers o artigos, es concebido como uno de los objetivos principales a lo largo de nuestra formación como cientistas del área de Humanidades y Sociales, ya que, caso contrario, “perecemos” o “desaparecemos” de la “cartografía” académica; es decir, la máxima profesa que publicar es de “vital” importancia para proyectarnos como investigadorxs y ser visibilizadxs.
Lo más leído
Sobre esta condición “vital”, colegas que realizan su posgrado en el extranjero alegan que la vida académica demanda tiempo completo y que para ser parte de ella debes decirle “adiós” a otras prácticas “no-académicas”, o sea, el compromiso con la “causa” para ser “visto” y “reconocido”, implica una constante producción/publicación en un plano académico que se superpone o entra en contradicción con otros planos, por ello me pregunto: ¿cuál es el costo que estamos dispuestos a pagar para ser parte del “juego”? La “normalización” de una “cultura” académica que abstrae al sujetx de la vida “no-académica” inevitablemente nos remite al cuerpo máquina cartesiano y da paso al autómata que es conminado por esta “cultura” a producir/publicar, porque es el telos al que nos entregamos y sometemos una vez aceptadas las reglas del “juego”.
El prestigio académico asociado a los “títulos de nobleza” (Bourdieu) y a la valoración e impacto del contenido producido, se constituyen en los principios normativos que regulan la “cultura” académica y garantizan nuestro reconocimiento como cientistas. ¿Dónde estudiaste? y ¿dónde y cuánto publicaste?, son las preguntas básicas que determinan el éxito individual del académico y su visibilidad. Una va “de la mano” con la otra, se necesitan, y responden a un orden formal academicista jerárquico que califica como “brillante” al sujetx cuyas condiciones sociales e históricas le han permitido “ser apto” para comprender la gramática de textos teóricos, argumentar y expresar sus ideas de manera ordenada y poseer una sensibilidad del lenguaje(s) oral y escrito, entre otras características que son legitimadas por estructuras y “personajes” que otorgan el aval correspondiente para participar del “juego”.
Asimismo, estas características del sujetx “apto” están entrelazadas a factores culturales fundamentados en la raza, género y clase que condicionan la participación plena de otrxs sujetxs en el “juego”. El problema, es que estos factores son enmascarados bajo el principio meritocrático liberal que romantiza la igualdad de oportunidades en función del esfuerzo individual.
En síntesis, tres son las problemáticas en torno a la producción/publicación: 1) hemos caído en una redención a la publicación masiva para permanecer visibles porque así lo demanda el orden académico; 2) dicha visibilidad es valorada por bases de datos que certifican las publicaciones a partir de métricas que evalúan el impacto del lugar donde se publica y, por consiguiente, también el contenido de lo que publicamos; y 3) no todxs tienen la oportunidad de publicar debido a determinados factores excluyentes.
¿Hasta qué punto somos cómplices de esta dinámica? Para Foucault, “cada cual es responsable de todo, no hay en el mundo una sola injusticia de la que no seamos cómplices”. ¿Cuál es el papel del intelectual en la actualidad?, ¿cuál es el uso social de la ciencia?, ¿para qué y/o quienes producimos y publicamos artículos, papers o artigos?, ¿cuál es el impacto de nuestras publicaciones?, ¿quiénes leen lo que publicamos?, ¿a quienes les importa?, ¿quiénes las comprenden?, ¿quiénes son lxs que tienen acceso a publicar?, ¿qué tipo de lenguaje estamos usando?, ¿será hora, como sugiere Paul B. Preciado, de distanciarnos de lenguajes científico-técnicos, mercantiles y legales dominantes?, quizá la heteroglosia del cyborg de Haraway venga bien.
En cualquier caso, considero que las preguntas planteadas podrían nortear nuestros objetivos a la hora de producir un texto y elegir dónde publicarlo en un futuro próximo. Por el momento, no cabe duda de que publicar masivamente y someternos a sistemas de evaluación se ha “naturalizado” como parte de un rol ideal como académicxs o intelectualxs de las Ciencias Sociales y Humanas, nuestro tecnicismo formal nos ha superado y en autómatas nos convertimos cosificando la producción científica. A esta dinámica se han prestado algunas revistas y/o editoriales que lucran con la publicación textos de académicxs desesperadxs que no quieren “perecer”, beneficiándose de la mercantilización de escritos científicos.
Incluso, bajo esta línea argumentativa, podríamos hablar de un “modo de producción académico” con una “burguesía académica” (círculos intelectuales cerrados) que ha enajenado nuestra producción intelectual, ha estratificado el campo académico a partir de procedimientos que miden el impacto y ponderan el contenido de las publicaciones, y se atribuyen el derecho de legitimar lo que “es” y “no es” ciencia, además de rendirle culto al acelerado sistema capitalista.
Concluyendo, en líneas generales, mi crítica va dirigida a la forma como opera la “alta” academia casi dinástica occidental segregadora y apresurada a la cual nos rendimos e intentamos reproducir desde nuestros contextos locales a partir de procesos de revestimiento (Fanon), reificación (Herzfeld) y de una refuncionalización cultural colonial (Rivera). Actualmente, aún en plena crisis sanitaria, como sociólogo y doctorante en Chile, estoy expuesto a este proceso cuasi alienante en el que la bandeja de entrada de mi correo es un “call for papers” constante que me remite al aforismo “publicar o perecer” (“publish or perish”) para recordarme cuál puede ser mi “destino” como académico.
Lo más leído
Javier Andrés Claros Chavarría, boliviano, es doctorante del programa Teoría Crítica y Sociedad Actual de la Universidad Andrés Bello, Santiago, Chile.