Crónica
REFLEXIONES PANDÉMICAS
“Mi aventura, que si bien fue corta en tiempo y distancia, fue suficiente para enseñarme lo que no dicen los mapas; y es que esta tierra es habitada por gente noble y trabajadora que realmente no se fija en las fronteras; más se autodestruye por su propia sumisión a la avaricia y la violencia.”
Por Diana Sofía Prag
Jueves, 16 de julio de 2020
Logré regresar al país luego de un año de explorar paisajes y realidades latinoamericanas; lo hice de la manera más impensada, en un vuelo humanitario desde Lima. Veo atrás y pienso en aquel 1 de Julio de 2019, amanecía.
Entonces, yo era una persona distinta, o tal vez todos lo fuéramos; y me despertaba a un nuevo sol, con miras al mundo y nuevos horizontes, ávida de conocimientos y renegada a coexistir en una realidad tan decadente como la colombiana.
Pues bueno, siendo así las cosas ¿cómo no comenzar por conocer a fondo, las problemáticas que son competentes en esta pesadilla persistente, y que se materializan de la manera más fiel y próxima en este país, pero también en este continente tan hermoso y abundante? Ese que no termina de ser el conejillo de indias del progreso.
Tengo que decir que aquel día, fue un punto crucial en mi vida; no solo porque iba a cumplir un sueño, sino también porque en el proceso había renunciado a una forma de ser, una forma de pensar; era básicamente la consecuencia directa de una mala fortuna en cuanto al amor y la patria, me sentía como si lo único inteligente por hacer fuera huir.
Partí incrédula y decepcionada, sobre todo de un país que se rehusaba a alcanzar la paz, una sociedad violenta y vulgar que implícitamente aprobaba la corrupción en las urnas; un Estado avivato que ponderaba (y pondera todavía) las vidas de unos cuantos sobre las de la mayoría; en fin, me revelaba contra la mentira y la hipocresía que esconden las democracias modernas.
Y no se trata simplemente de que todos los días mataran a los líderes o lideresas sociales, tampoco de que los prejuicios sean suficientes para ganar los debates, ni mucho menos de que el ancho de los bolsillos, sea la mejor carta de presentación para tener la razón; y claro, tampoco dejemos de lado ese banal tema del asesinato indiscriminado y voraz de la naturaleza.
El día que partí, lo hice con una mezcla de miedo y rabia, de ansiedad y frustración, de delirio y pesimismo.
Hoy, 365 días más tarde, regreso por las cuestiones más repentinas y pandémicas al mismo sitio; al calor de mi hogar, a los brazos de mis seres queridos, a la comodidad de mi cama. Retorno también a la misma realidad tétrica que no ha hecho sino empeorar en este país; vuelvo al mismo absurdo de pobreza e ignorancia (aunque estando en Latinoamérica nunca lo dejé), pero siendo sincera, lo hago con una única emoción: esperanza.
Puede parecer loco en estas circunstancias tan inciertas y demoledoras que atravesamos, lo sé; y no solo se trata de Colombia, también de Latinoamérica y el mundo; absolutamente todes nos enfrentamos a una actualidad frenética. Pero precisamente acá es donde debemos recordar que el caos es mayor antes de alcanzar la calma, y lo que ahora nos parece el apocalipsis, no es más sino el comienzo de un algo nuevo, algo mejor.
Mi aventura, que si bien fue corta en tiempo y distancia, fue suficiente para enseñarme lo que no dicen los mapas; y es que esta tierra es habitada por gente noble y trabajadora que realmente no se fija en las fronteras; más se autodestruye por su propia sumisión a la avaricia y la violencia.
No olvidemos que antes de todo este tema del virus y las cuarentenas, el mundo vivía ya en una agitación constante que advertían el cambio. El Brexit; Estados Unidos, Corea del Norte e Irán, jugando a entonar discursos de destrucción; Estados Unidos y China flexionando los músculos en una guerra comercial; la propia naturaleza quemando ecosistemas enteros en Australia y Brasil; protestas en Colombia, Chile, Ecuador, Hong Kong, Líbano, Cataluña; cambios de Gobierno en Argentina, Uruguay, Bolivia; hambruna y enfermedades en África, en fin.
¿Y qué más podría decir? El resto de la historia ya la conocemos, un virus nos ha obligado a encerrarnos, cambiar todo tipo de planes, improvisar para sobrevivir. Pero he aquí todo el meollo del asunto, y es que ha sido curiosamente el mismo problema, lo que nos ha desmarcado de un sistema ineficiente, insalubre, injusto, e inhumano. Quien no considere que el cambio ya está aquí, es porque no quiere reconocerlo, o tal vez porque simplemente no quiere enturbiar su cómoda existencia.
Seamos honestxs, vemos ahora la realidad de un progreso maquinal impulsado por nuestra propia arrogancia e indiferencia, y han sido necesarias circunstancias inverosímiles para despertarnos. Sí, queda todavía mucho camino por recorrer, es cierto; estamos de hecho a la merced de una crisis económica que no ha empezado aún; pero si quisiéramos percatarnos rápidamente de cómo ha cambiado la sociedad en un marco tan corto de tiempo, solo fijémonos en nuestras fotos de hace un año sin el tapabocas.
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Que elemento más nefasto, más ruin; puede ser fácilmente el objeto más representativo de la enfermedad y la inconsciencia intelectual y emocional que nos diferencia como especie; es, además, la barrera más improvisada para una sociedad que desde mucho antes de toda esta situación, empezaba a entender el poder de su palabra.
Pero esta es la nueva realidad gente, esa donde los abrazos y los besos son excepcionales, esa donde las personas se miran y se entienden, es la realidad que nos ha despertado poco a poco, y que por fin nos vislumbra, un país, un continente, y un mundo que nos pertenezca a todes.
Considero que esta nueva situación con la cual tenemos que lidiar, es simplemente la antesala de un movimiento social enorme hacia un mundo más igualitario en todo sentido; en la materia social, racial y de género; y quiero hacer énfasis especialmente en este último punto, porque de mi viaje traigo la certeza de que es el feminismo, la bandera que se debe levantar para lograr dichos cambios.
Es verdaderamente una fortuna para nuestra América Latina, ser un bastión tan fuerte en este aspecto.
Reflexionemos entonces sobre nuestros propios actos y pensamientos, la evolución se ha dado bajo una dinámica depredadora y competitiva, demos paso a la visión femenina por tanto tiempo reprimida, tal vez logremos así, ver al otre como un igual y no como un contrincante. Aprendamos a respetar aquello que se nos es dado de manera natural y por igual: sin acapararlo, sin matarlo.
Aprendamos de una vez por todas, que todo es posible con la unión de las voces y la disposición de las voluntades; no con el alzamiento de los puños, ni con el disparo de las armas.
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Diana Sofía Prag es nómada.