Género-Feminismo

Lunes, 27 de agosto 2018

Repensando al sujeto masculino en la lucha feminista

El hombre se ha sentido mayoritariamente marginalizado por estas luchas, ya que cumple el papel del perpetrador; se ha sentido acusado, y por consecuencia la mayoría de la población masculina se ha alienado del feminismo.

Por María José Gordillo

(Lectura de 15 min.)

Ilustración (Fuente: UPSOCL)

¿A qué niño latinoamericano no le dijeron que sea “macho” cuando se lastimaba y comenzaba a llorar? ¿A qué niño no le enseñaron que ser sensible y/o expresar sus emociones es sinónimo de ser “maricón” o de ser una “niña”? ¿Qué niño latinoamericano ha sido criado para aceptar sus debilidades y flaquezas de una manera constructiva y positiva sin que su masculinidad se ponga en juego? ¿Qué niño o niña latinoamericano/a no ha internalizado todas las características de lo que es masculino y lo que es femenino en sus primeros tres años de vida? La respuesta, sin dudar, es: muy pocos.

Sin embargo, se puede rescatar que estamos en un momento muy interesante de la historia del feminismo latinoamericano, en la que dentro de la creciente democratización de los medios de comunicación y de las redes sociales, la lucha feminista se está abriendo paso aceleradamente dentro de la opinión pública.

Por consecuencia, las mujeres de hoy, habiendo sido las “víctimas pasivas” de la violencia machista por mucho tiempo; dejan el papel secundario y sumiso para comenzar a empoderarse las unas a las otras unidas en sororidad, se apropian de sus cuerpos y destinos, dejan de tolerar la violencia y las desigualdades y comienzan a reformar sus comunidades, así como sus propias vidas.

Efectivamente hay que admitir dos cosas: a) hay feministas latinoamericanas desde mucho antes que la invención del internet y, b) hoy a pesar de todo lo anteriormente mencionado, sigue habiendo una gran mayoría de individuos en desacuerdo con las luchas feministas.

Sin embargo, dentro de aquel marco lo que podemos rescatar es que el hombre se ha sentido mayoritariamente marginalizado por estas luchas, ya que cumple el papel del perpetrador; se ha sentido acusado y, por consecuencia, la mayoría de la población masculina se ha alienado del feminismo.

Con referencia a lo anterior, la intención con este artículo es reproducir y, de manera pertinente, aterrizar sobre las ideas de la prominente profesora y socióloga australiana, Raewyn Connell, cuya tesis denominada “masculinidad hegemónica” se explicará de forma breve y, consecuentemente, se relacionará el rol del hombre con la lucha feminista y cómo ésta nos abre paso a la posibilidad de deconstruir al “macho”.

Connell se basó en las ideas del periodista y activista político comunista italiano, Antonio Gramsci (1981-1937), quién trabajó el concepto de “hegemonía cultural”, partiendo desde la noción marxista de que las ideas dominantes en las sociedades provienen de la clase dominante. Según Gramsci el concepto “hegemonía cultural” explica cómo la clase dominante mantiene su influencia, no precisamente por medio del uso de la fuerza o coerción, sino al contrario, sostien su dominación por medio del consentimiento del dominado.

Elaborando en la misma idea, Connell acuñó el concepto de “hegemonía masculina” para referirse a los patrones de prácticas e ideas -y su respectiva continuidad- que permiten la dominancia masculina sobre las mujeres. Profundizando, Connell asegura que hay diferentes tipos de masculinidades, pero que siempre habrá alguna “masculinidad hegemónica” que logrará marginalizar a las demás en el sistema de género.

Connell no se refiere a que la ”masculinidad hegemónica” es monolítica o estática, ya que ésta va cambiando de formas dependiendo del tiempo y la cultura que la rodea. La masculinidad hegemónica es simplemente el tipo de masculinidad que se encuentra en una posición superior en referencia a las otras.

Según la profesora, la mayoría de los hombres no encajan en el modelo de masculinidad hegemónica y que tanto las masculinidades -y feminidades por consecuencia- han generado contradicciones internas y rupturas históricas porque lo hegemónico es una constante construcción.

Para ejemplificar la teoría construiremos al “macho”, representante de la masculinidad hegemónica latinoamericana: imaginemos a un hombre europeo-descendiente/mestizo con un cuerpo normativo; fuerte, grande, musculoso y hábil. Tiene una personalidad dominante, un carácter fuerte, liderazgo innato, un constante desempeño competitivo y aparenta no tener miedos ni flaquezas; jamás se muestra vulnerable o muestra sus verdaderas emociones. Es valiente, afronta con valor y fuerza bruta todos los desafíos que se puedan aparecer delante de él. Tiende a responder con agresividad ante cualquier percance o posible ataque contra su integridad; sea física, psicológica o ideológica. No es flexible ni reflexivo ante el discurso exterior, puesto que aceptar que él no tiene la razón podría poner en peligro su estatus dominante. El uso de la violencia es la manera más efectiva de defenderse y de defender lo que le importa. Su manera de expresar su fuerte masculinidad tiene mucho que ver con sus performatividades, creencias y acciones; sus gustos y actividades (trabajo-tiempo libre).

Tiene que ser considerado masculino, haciendo un énfasis en su heterosexualidad indiscutible y su altísimo líbido sexual que necesita ser satisfecho a toda costa; este hombre merece la sumisa y constante atención femenina a cambio de brindarle protección y estabilidad económica y social. Indiscutiblemente, este individuo tiene que tener poder adquisitivo para así convertirse en el sostén económico de la familia y respectivamente la máxima autoridad de la misma, por ende, no se puede sumergir en los trabajos domésticos porque la división de trabajo está muy definida; él se ocupa de las esferas formales y públicas mientras que su mujer se ocupa de las tareas domésticas y privadas. Tiene poder sobre las mujeres y sus cuerpos, sean éstas parte de sus círculos íntimos o completas extrañas, y él, al ser una figura de autoridad puede disciplinarlas como encuentre necesario para mantener el orden de la sociedad.

Podríamos seguir elaborando a nuestra figura del “macho”, pero a grandes rasgos podemos detectar que hay una fuerte necesidad de evitar y/o anular cualquier característica o rasgo supuestamente “afeminado”; como son la emocionalidad, la sensibilidad, la debilidad, la homosexualidad y la sumisión.

Por lo tanto, en el momento en el que ciertos hombres no cumplen con algunas de las características hegemónicas, anteriormente mencionadas, pueden llegar a ser marginalizados por los que sí encajan con el mismo. Ya que al ser un juego de poder, existe una constante necesidad de competencia y jerarquía para mantener la dominación.

Según Connell el proceso de ”consentimiento cultural”, en el que la sociedad acepta y legitimiza la “masculinidad hegemónica”, tiene una centralización discursiva y una asegurada institucionalización ampliamente documentada por medio de la producción de ejemplares de masculinidad, verbigracia: estrellas del deporte profesional o del cine.

Estas figuras representan una autoridad y un modelo, a pesar de que la mayoría de los hombres jóvenes y hombres difícilmente puedan encajar en el mismo y, encuentren muchas dificultades -especialmente emocionales y psicológicas- para lograrlo.

Y ahora, la pregunta es: ¿qué tiene que ver la teorización de las masculinidades con el feminismo? La respuesta es que el feminismo, al ser la lucha contra la subordinación femenina y por la inclusión de sus perspectivas en la esfera epistemológica y política, no debería ser una lucha únicamente llevada a cabo y sustentada por mujeres.

Por ende, el sujeto masculino no debería alienarse de la misma, sino que, también tiene que participar en la deconstrucción patriarcal; comenzando consigo mismo, cuestionando sus propias subjetividades y la construcción de su propia masculinidad para identificar cuáles son las actitudes y las creencias que perpetúan el machismo y la violencia patriarcal.

Durante este proceso de deconstrucción, el hombre puede encontrar su emancipación, ya que internalizará los roles de la “masculinidad hegemónica” como frágiles, subjetivos y, sobre todo, dañinos para el mismo individuo; quien se encuentra bajo una presión constante, con tal de suprimir ciertas características de sí mismo o actuar como si tuviera ciertas otras que no posee naturalmente.

Igualmente, el teorizar las masculinidades y al reflexionar que todas aquellas características que construyen al “macho” son social y culturalmente impuestas, nos ayudará a que todos podamos comenzar a deconstruir y desafiar los roles de género, y así evitar seguir perpetuando esos tóxicos modelos; ya que tanto la construcción de las feminidades como la de las masculinidades, es algo que se realiza irrespectivamente del género que se posee y que afecta a ambos por igual.

Efectivamente, el hombre no fue, ni será, el personaje principal de las luchas por la liberación femenina, pero por responsabilidad y conciencia social debería tomar parte del proceso de deconstrucción para poder llegar a territorios más igualitarios; en el que el diálogo, la pluralidad y la empatía sean parte del entendimiento común y consecuentemente podamos lograr que las interrelaciones de género lleguen a ser más igualitarias.

María José Gordillo es estudiante de la licenciatura de Género y Diversidad