Entrevista

Staudenmann: "Darle lugar al deseo requiere coraje"

“En la entrevista nos habló de su nueva novela Lo que me hizo Fernández, sobre el tipo de literatura que la inspira, sobre la construcción de escenas eróticas en su novela, sobre el vínculo del deseo y el erotismo en la literatura, y muchas cosas más.”

Por Julián Álvarez Sansone

Lunes, 20 de julio de 2020

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María Staudenmann

María Staudenmann nació en Buenos Aires en 1979. Es licenciada en Comunicación Social y estudiante de Edición (UBA). Trabajó en radio y en publicidad, donde se desempeñó como editora y redactora de contenidos para distintos medios gráficos nacionales. A fines de 2011 fundó Qu, revista impresa de literatura y arte con casi nueve años de edición en papel. Escribe narrativa y poesía. Algunos de sus textos fueron premiados en certámenes y otros publicados en antologías y medios digitales de Argentina y España. Es autora de la novela Lo que me hizo Fernández (Azul Francia Editorial, 2020) e integrante del estudio de corrección y edición de textos agua ardiente. En medio de esta cuarentena larga y tediosa que se vive en el Área Metropolitana de Buenos Aires, accedió a una entrevista propuesta por Julián Álvarez Sansone para Cronistas Latinoamericanos.

Mediante la misma, nos habló de su nueva novela Lo que me hizo Fernández, sobre el tipo de literatura que la inspira, sobre la construcción de escenas eróticas en su novela, sobre el vínculo del deseo y el erotismo en la literatura, y muchas cosas más.

Antes de iniciar la entrevista más centrada en tu obra, me gustaría saber algo tuyo asociado a la literatura. ¿Cuáles son tus autores favoritos? ¿Creés que de alguna manera influyeron en tu escritura?

En mi familia de origen reinaba el caos bibliográfico. No teníamos intelectuales ni artistas –salvo quizás mi abuelo–, pero como mi mamá era y es una lectora empedernida, había libros por todas partes. Entonces me serví del stock disponible. Crecí con Las aventuras de Tintín, Astérix el Galo, El Príncipe Valiente, Agatha Christie, Tolkien, Platón, Bécquer, Neruda; novela policial, fantástica, rosa; clásicos españoles y griegos, poetas del antiguo canon, obras de teatro; mucha cosa anglosajona traducida al español ibérico. Es decir, un menjunje burgués hermoso. Y como los viejos hábitos son difíciles de romper, me avergüenza un poco decir que mi itinerario ha seguido más o menos esa misma línea de leer “lo que venga”. Recién en la adultez plena me fijé una especie de plan de lectura que, sobre todo, incorporara más lo latinoamericano y lo contemporáneo. Mis influencias, si puede llamárselas así, tienen que ver con todo este revoltijo de lecturas de ayer y de hoy.

En tu novela tanto el amor como el deseo se entremezclan… ¿Cuál crees que prevalece más y por qué?

Sin duda el deseo, pero en un sentido amplio, mucho más allá de lo sexual, lo erótico y lo amoroso; el deseo como pulsión de vida, como dínamo de la acción y hasta como forma esencial de resistencia. En realidad es algo bastante terrible: darle lugar al deseo requiere coraje, ya que ni bien lo hacemos, nos vemos impelidos a actuar en su nombre y así nos exponemos a un surtido de dolores que van desde la frustración hasta la lástima, parando en todas las estaciones intermedias. Es mucho más seguro quedarnos quietos y mirar para otro lado. Creo que la gran diferencia entre Campos y Fernández, los protagonistas, es la relación que cada uno tiene con el deseo. Mientras Campos acepta el desafío, Fernández intenta evitarlo.

Siguiendo esta misma línea, tu novela parece estar narrada desde una íntima mirada femenina que construye y teje una trama narrativa que podría enmarcarse dentro del romanticismo erótico. ¿Vos lo ves así?

Sí y no, pero no importa demasiado cómo lo vea yo. La novela tiene elementos románticos y tiene elementos eróticos, claro que sí, pero toda obra literaria se completa en sus lectores, en las interpretaciones que cada uno haga y en las formas de apropiación de lo escrito que cada uno tenga. No creo mucho en las categorías, en ese orden de los discursos heredero de la tradición escolástica que nos viene estructurando el pensamientodesde hace siglos. Una herencia que ya tiene muy poco que ver con nuestra realidad sociocultural, marcada por la disgregación del público en los públicos y la fragmentacióncada vez más acelerada de los gustos y las preferencias. En este contexto, los géneros (y no sólo los literarios) se van cruzando, mezclando, perdiendo pureza. Entonces habrá quien piense que la novela se enmarca en el romanticismo erótico y habrá quien piense que es otra cosa, y ambos tendrían razón.

Respecto a la elección de la voz narrativa, traté de que fuera la confesión de una mujer, Lucía Campos, y como tal debía necesariamente ser femenina, íntima y sin filtro. Una descarga, un alivio.

¿Cuál fue la escena erótica que más te gustó escribir y por qué?

La última, ¡porque hasta yo estaba harta de tantas vueltas! La escribí en cuaderno, sentada al sol en una playita mínima de un lago del Sur, y fueron horas de alegría.

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En el mismo sentido, pero referido más a los personajes… ¿Cuál es la escena de la novela que considerás más relevante para definir a la relación entre los personajes Fernández y Campos?

Creo que la escena en la casa de Campos es importante, porque ahí se da una puja de poder ya un poco más honesta. En cierto punto ambos se toman la medida, se sinceran y sientan las bases de lo que será su vínculo de ahí en adelante.

Por momentos, se evidencian pasajes narrados con un inherente vuelo poético. ¿Creés que de alguna manera la poesía en prosa y la narrativa se mezclan en tu escritura?

Sí. Hay vivencias, sentimientos y sensaciones que demandan poesía; hay cosas que sólo se pueden decir así. No fue algo calculado, los pasajes poéticos respondieron espontáneamente a esa demanda.

En la novela se perciben algunas breves reflexiones sobre el feminismo, el deseo, la sexualidad y el rol de la mujer. ¿Cuál es tu postura sobre esos temas y cuál creés que es la postura de la protagonista Lucía Campos?

Lucía Campos y yo tenemos acuerdos y desacuerdos. Ella tiene cincuenta años, es bastante mayor que yo y por lo tanto fue criada bajo reglas más estrictas, así que le perdono los modos patriarcales y le admiro la conciencia y el valor para luchar contra ellos. Las de cuarenta –y de ahí para arriba– nos embarcamos en esa lucha de grandes. Por suerte, las mujeres de treinta y de veinte (ni hablar de las más jóvenes) han podido hacerse en una sociedad en la que “el rol” de la mujer es puesto en discusión, el debate es abierto y colectivo, las conquistas y las exigencias se expresan en las calles, en las instituciones y en los hogares. Pero para las que somos mayores, la lucha es, en primera instancia, interna. Hay mucho que derrumbar y muchísimo que construir en y desde adentro. No es fácil reconocer el propio deseo y relacionarse con él libre de condicionamientos. Lucía Campos lo ve y hace lo que puede. Se piensa como producto de sus circunstancias, pero también se sabe responsable de su destino.

Portada del libro "Lo que me hizo Fernández"

¿En qué otro proyecto literario estás trabajando? ¿Cuál creés que podría ser tu próximo paso?

La cuarentena me fue llevando más hacia la poesía y el relato breve, pero sin planificación; escribo de a impulsos del momento. Sin embargo, ya empecé a armar la estructura de lo que con suerte será la segunda parte de Lo que me hizo Fernández. Creo que hay un poco más de tela para cortar en esta historia.

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