Crónicas de las que resisten

Un día cualquiera en Ciberfeminismo 2030

Una puede caer en la ingenuidad de creer que el feminismo es una fuerza homogénea, pero basta con echar un vistazo al paisaje y la fauna digital para observar a los pequeños grupúsculos de avatares con pañoletas verdes que pelean contra otros avatares verdes por la razón, los financiamientos, los espacios y las amigas.

Por joan villanueva

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp
Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp
(Kipu Visual. Fuente: Revista Salud con Lupa)

“Tan solo es la cosecha de un espíritu sensible que se bebió los pasajes de la guerra como un helado cualquiera”.

- H. M.

Alguna está saliendo a hacer algún trámite que todavía se hace mediante el reconocimiento de expresiones faciales, a paso apresurado pero seguro, sin distracción alguna, recorriendo la vía exclusiva para circular con la mirada puesta en el celular. Otra está poniéndose las gafas inteligentes usadas que compró en un mercado de pulgas, saliendo de su oscuro trabajo-hogar hacia la calle: es la hora del almuerzo. El vértigo se apodera de otra al caminar el mundo por caminos resquebrajados por la publicidad personalizada, en la que jura que no se perderá, pues tiene que trabajar.

Aparezco entre ellas y ellas me observan. Las observo de vuelta y desaparezco, como frente a una pantalla de videojuego, en cámara subjetiva. El juego se llama Ciberfeminismo 2030 y siempre pierdo, puede que esto se deba a que nunca me lo he tomado muy en serio. Aunque, ya que soy lesbiana, tengo todo el potencial de hacerlo: las lesbianas somos gente muy solemne y seria —no hacemos chistes, solo pedagogía lúdica (“¿Qué le dijo la lesbiana al gordofóbico?” “Mete tus opiniones en mi cuenta bancaria, a ver si me generan algún interés.”) o hacemos no-chistes (“¿Qué llevan las lesbiana a la segunda cita?” “Las maletas.”).

Viro hacia otro tipo de lengua lesbiana (u otro tipo de lengua no nazi de la gramática o la sintaxis —cualquiera que estas sean): la risa irónica. Me pregunté, ¿por qué nos cuesta tanto reírnos de nosotras mismas? Pensé en ser honesta conmigo misma: sin victimismos, vaginismos ni sagrada lesbiandad. Investigando, me topé con la sorpresa de que la mayoría de los investigadores concluye con que la falta de humor en la cultura lésbica se debe a la precariedad, la marginalización o la inexistencia de una cultura lesbiana y se llegaba a conclusiones similares para con mujeres consideradas feministas.

Hoy, como todo 8 de marzo, es un día cualquiera en la plataforma de Ciberfeminismo 2030: en ella avanza maquinal la luz de la historia. No para el mundo, no paran las historias que no engranan con la historia, no paran los mecanismos que nos engranan con las artes propagandísticas que nos invaden en el feed (ya sea el digital o el analógico), no paramos de secretar las sustancias que nos enganchan a ese bucle de insaciable novedad. (Scroll.)

Lo más leído

Hoy la historia, la oficial, sigue su curso: se fagocita la materialidad digital de nuestras letras, nuestras pequeñas historias, nuestros rumores, nuestras transtextualidades, nuestras lenguas lesbianas e indígenas; y las reemplaza por la policía del bien, las vacas sagradas, la subyugación a la identidad, las olimpiadas del privilegio y la opresión. Y la historia eructa en silencio, como fingiendo que no nos devoró. Pero sí lo hizo.

Una puede caer en la ingenuidad de creer que el feminismo es una fuerza homogénea, pero basta con echar un vistazo al paisaje y la fauna digital para observar a los pequeños grupúsculos de avatares con pañoletas verdes que pelean contra otros avatares verdes por la razón, los financiamientos, los espacios y las amigas. La mezquindad puede crecer indefinidamente con cada flecha perdida —lanzada entre espacios seguros.

La fuga de las construcciones monolíticas: el equívoco, el error, el ridículo, la ironía, la risa, el no-glamour, el salvajismo, lo invertido. La carcajada estrepitosa y ridícula de un cuerpo relajado es subversiva. En medio de una catástrofe, más aún. Ni qué decir de una carcajada en medio de una fosa común y desova el siguiente monólogo:

“Estamos aquí ante el lenguaje dislocado de la locura.

Estamos aquí en contra de la claustrofobia de un feminismo que se acostumbró demasiado al convento del Un solo nombre.

Somos muchas dentro de un mismo cuerpo y estamos en busca de nuevas historias, tenemos muchas voces y ninguna habla el mismo idioma.

A pesar de que estamos en la misma persona.

Tengo suerte, pero no tengo fe.

No encuentro júbilo en la reducción, sino en la multiplicidad que se da en la destrucción.”

Sé que existe un dispositivo para producir cortocircuitos en la máquina de la historia (es la obra de Hilda Mundy). Imagino preguntas para hacer: “qué es ser mujer” y “qué es ser poeta” … Pero me devuelve otras preguntas: “¿cómo son estas preguntas?, ¿son como las burbujas de una gaseosa de mocochinchi —eco-friendly?”.

Nos reímos. Y de repente siento que me causa placer disolver mi propio feminismo en un día cualquiera, solo porque sí. Imagino que ese des-monte de Venus y/o de Marte hace del feminismo un ente trans, entre lo estéril y lo pluripotente.

Instalarse en la no-afirmación de la risa es su arma más potente. La risa no funda una consigna, la desmonta desde la humildad del absurdo.

Imagino también un feminismo irónico y no uno que consista en caer en el encanto de un vaginismo, un victimismo o una sagrada lesbiandad que eyacule su verdad sobre la avenida principal del centro mismo de la historia (o, seamos inclusivas: al menos, no solamente).

Imagino una risa irónica que rompa con el encanto de los ismos y que esa misma risa sea la chispa que encienda las bombas que alojaremos dentro de nosotras mismas.

Lo más leído

joan villanueva escribe poesía y es aprendiz de ensayista.

Más artículos relacionados

Más para ti