Ensayo
Un orden en desorden: ¿Hacia dónde vamos?
Por Jorge Alejandro Terrazas Gil
- 18-03-2021
Las pretensiones y el afán por el control del escenario internacional entre distintos países, ha sido una constante desde el nacimiento del Estado-Nación en Westfalia (1648) hasta la actualidad. El deseo de conseguir la supremacía mundial siempre estuvo marcado por tensiones entre Estados, las mismas que en su mayoría desembocaban en conflictos bélicos y que daban origen a nuevas geoestrategias y nuevos actores en el tablero internacional, mientras que otros quedaban desplazados.
El imperio romano dominó los caminos, Gran Bretaña conquistó los mares y Estados Unidos consolidó su hegemonía mundial con dos bombas atómicas, dando fin a la guerra más sangrienta de la historia en 1945 y convirtiéndose en una superpotencia económica, militar y tecnológica. Los dos primeros cayeron y el último continúa como hegemón mundial en el presente, sin embargo, el desafío radica justamente en eso: no en alcanzar el estatus de una superpotencia sino en mantenerse como tal.
En la década de los 90, Estados Unidos se establece como único líder mundial al haber ganado la pugna ideológica contra la Unión Soviética, el modelo de democracia liberal había triunfado y se extendía por todo el mundo, sin embargo, a inicios del siglo XXI, la política exterior unilateral que adoptó Estados Unidos con la denominada “Guerra contra el terrorismo”, como respuesta al atentado a las Torres Gemelas el 2001, demostró a Washington que ya no era la “policía mundial” sino que debía conformarse con ser el “jefe de la patrulla” porque en el mundo emergían distintos centros de poder mundial, lo que dejaría atrás la unipolaridad que surge al fin de la Guerra Fría. Países como Rusia, China, Japón, India y miembros de la Unión Europea como Alemania, Francia y Gran Bretaña se convertirían en actores relevantes en la arena internacional que modificarían en menor o mayor medida el orden mundial.
A su vez, a finales del siglo XX, Henry Kissinger mencionaba que los asuntos susceptibles de solución mediante acción militar estaban en declive y que el poder militar cada vez era menos relevante en la solución de las crisis internacionales que podían preverse. La mayor parte de población mundial no se vería afectada tanto por situaciones estratégicos-militares sino por desarrollos del comercio, tecno-poder, migración internacional y por políticas de salud pública internacional.
Sí, quizás el lector piense que dicho análisis fue planteado por el autor hace apenas unos pocos años, por lo cercano al contexto internacional actual: debilitamiento del orden liberal internacional, guerra comercial entre China y Estados Unidos, crisis migratoria, emergencia de nacionalismos y populismos en distintas regiones del mundo y la sorpresiva aparición de un enemigo invisible, el Covid-19. Este último no solo evidenció los desafíos que el sistema internacional contemporáneo atraviesa, sino que también impulsó las tendencias preexistentes antes de la pandemia.
“La pandemia ha dejado en evidencia aquellas vulnerabilidades de un sistema complejamente interdependiente e interconectado y ha puesto a prueba la capacidad de respuesta de las naciones para proteger a sus ciudadanos. Puso en jaque a los sistemas sanitarios de los países, generó un efecto de conmoción social y estado de alarma permanente, produciendo graves consecuencias en la economía internacional.”
Globalización, multilateralismo y Covid-19
El multilateralismo, el modelo de globalización y la ralentización de flujos comerciales, aspectos en los que el mundo está inmerso, ya estaban siendo cuestionados antes del Covid-19. La pandemia agravó el retroceso del comercio mundial, mostró fragilidad en las cadenas de suministros mundiales y refuerza las tendencias proteccionistas, la localización de la producción, las ayudas nacionales a empresas y los controles de las fronteras más estrictos.
La pandemia ha dejado en evidencia aquellas vulnerabilidades de un sistema complejamente interdependiente e interconectado y ha puesto a prueba la capacidad de respuesta de las naciones para proteger a sus ciudadanos. Puso en jaque a los sistemas sanitarios de los países, generó un efecto de conmoción social y estado de alarma permanente, produciendo graves consecuencias en la economía internacional. El mal manejo de la crisis por ciertos países trajo repercusiones políticas y puso en la cuerda floja liderazgos regionales y globales, convirtiéndose en una crisis multidimensional con efectos negativos.
Los países están atados a una extensa red de proveedores porque sencillamente ninguno podría sostenerse por sí solo, no pueden producir todo lo que sus economías necesitan y corren un enorme riesgo de paralizar gran parte de su aparato productivo porque son dependientes de suministros concretos. Actualmente el 80% de los principios activos para la fabricación de medicinas se producen en China e India. Es posible que exista un revisionismo de la globalización: una repatriación de industrias, buscando acercar estos centros de producción a grandes áreas consumidoras en el mundo, como Europa, por ejemplo, para reducir las cadenas de suministros y evitar proveedores impredecibles como China.
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Cuando la lucha contra la pandemia se convirtió en la prioridad de los Estados en marzo de 2020, existía un discurso casi homogéneo por parte de los representantes políticos a nivel global, estos reivindicaron que el rol del multilateralismo sería esencial para frenar el virus, mejorar las deficiencias de los sistemas sanitarios y luchar contra los efectos sociales causados por una depresión económica mundial. Sin embargo, las instituciones multilaterales de carácter mundial y regional ya estaban en tela de juicio por sus niveles de eficiencia y eficacia, lo que generaba duda sobre dicha capacidad.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016 supuso una retirada de distintas instituciones y organismos internacionales. En 2018, el ex secretario de Estado, Mike Pompeo aseguraba que desde el final de la Guerra Fría el orden internacional había perjudicado a Estados Unidos, y decía textualmente que “El multilateralismo se ha convertido en un fin en sí mismo. Se supone que cuantos más tratados firmamos, más seguros estamos; que cuantos más burócratas hay, mejor se hacen las cosas”.
Otro factor en el debilitamiento del multilateralismo fue que no existió una respuesta conjunta y coordinada a nivel internacional para luchar contra la crisis sanitaria. Ni siquiera la Organización Mundial de la Salud pudo gestionar de manera eficiente respuestas a la pandemia: desde la tardanza en declararla, hasta recomendar la suspensión de viajes internacionales para evitar la expansión del virus, pasando por los mensajes contradictorios del uso de mascarillas, distancia social, sin dejar de lado la poca firmeza sobre la actitud de China que opacó y no brindó información cuando aparecieron los primeros contagios en el país.
China y Estados Unidos, ¿Guerra Fría 2.0?
Claro está que la ausencia de un liderazgo global para coordinar respuestas concretas a la crisis y la poca fe en las instituciones y organismos internacionales para resolverla, provocaron que diversos países decidan tomar medidas individuales antes que colectivas, optando por un aislacionismo para resolver sus problemas internos.
Estados Unidos tuvo poco interés en mostrarse como el “jefe de la patrulla” mundial, demostró no querer o no poder ser el promotor de una respuesta global ante la crisis. Para la administración de Trump, Estados Unidos sería más fuerte y próspero enfocándose más en sus asuntos internos y no en el extranjero. Se dieron cuenta que gastar recursos y energías para mantener su hegemonía mundial, le traía más pérdidas que beneficios. Esas medidas adoptadas en política exterior, denominadas “Doctrina de la retirada” como la llamó Richard Haass, se traduce en un alejamiento del ideario wilsoniano y una crisis de la hegemonía mundial estadounidense.
China no ha desaprovechado la oportunidad de cubrir esos “vacíos” creados por EE. UU, demostrando las intenciones de desplazar a la nación norteamericana como el número uno. En su intento de mostrarse como un modelo exitoso para luchar contra la pandemia, está ganando terreno e influencia en muchas regiones del mundo, a través de la asistencia material a los países afectados, ayudando a organizar a otros gobiernos para hacer frente a la enfermedad y con su megaproyecto de la “Nueva Ruta de la Seda” que tiene como objetivo no solo de integrar a la región bajo su influencia, sino también alcanzar a Europa y las zonas productoras de petróleo de Oriente Próximo.
En 2020 Estados Unidos dio un gesto geopolítico como advertencia al avance de sus rivales – China y Rusia - sobre zona de influencia norteamericana. Envió 30 000 soldados en la maniobra militar denominada “Defender Europa 2020”, esto le permitía a Estados Unidos reforzar su posición en torno a Eurasia, fortaleciendo a sus aliados en la región y aumentado la presencia militar en una zona de alto valor estratégico para el interés nacional de EE.UU.
La coyuntura actual muestra a una China con una política exterior no agresiva y cooperativa, utilizando una especie de soft power a través de la ayuda humanitaria y la nueva ruta de la seda, con lo que intenta mostrar una alternativa al dominio occidental y por otro lado se tiene a un Estados Unidos que utiliza su fuerza militar hard power para lanzar señales geoestratégicas al avance de sus rivales y mantiene una política exterior con características aislacionistas, sin embargo, puede que esto último cambie con el ascenso de Joe Biden como el nuevo presidente de EE.UU, dando giros sorpresivos en cuanto a política interna y exterior se refiere.
En base a lo mencionado, surgen ciertas interrogantes dignas de analizar: ¿veremos en el siglo XXI el fin de Estados Unidos como la gran potencia dominante en la política internacional?; ¿perderá sus ventajas comparativas en materia económica, tecnológica y militar que lo han colocado por encima de las otras grandes potencias?; ¿contemplaremos en el siglo XXI el desplazamiento de Estados Unidos por nuevas potencias como China?
China cuenta con ciertas ventajas comparativas en relación con EE. UU, que está intentando explotar para extender su dominio político, económico y social. La primera es que China ha salido de la pandemia antes que otras potencias, abriendo su industria al comercio mientras otras estaban sin funcionar. Sigue manteniendo su papel como la “fábrica del mundo”, mientras que los gobiernos de occidente deberán gastar millones en recuperar sus sistemas productivos.
La segunda es que no será posible un Plan Marshall 2.0 para una Europa bastante golpeada por la crisis, Estados Unidos debe concentrarse en favorecer a sus propios ciudadanos y destinar sus recursos a levantar su economía. Por ahora, no tiene la capacidad de enfocarse en la cooperación internacional, porque primero deben atender sus graves problemas internos, solo China contará con el musculo industrial y financiero para liderar la recuperación global.
La tercera tiene relación directa con la anterior, ya que los gobiernos de occidente estarán enfocados en sus problemáticas internas generadas por la pandemia, especialmente la recesión económica, y colocarán en segundo plano sus responsabilidades globales, donde los tentáculos chinos podrán ganar terreno. Existirá un debilitamiento del multilateralismo y un alza de nacionalismos con la creencia de que sus economías nacionales son las que proporcionarán recursos básicos para hacer frente a situaciones de emergencia.
Sin embargo, aunque China pueda presentarse como la ganadora en la lucha contra el coronavirus y se perfile con intenciones de liderar el nuevo orden mundial, esto no significa que logre reconocimiento internacional de que su “modelo de gobierno” sea un sistema legítimo para seguir por otros Estados, ni la mejor propuesta a futuras crisis mundiales. La pandemia no solo le permitió crear condiciones favorables para sus intereses sino también nos reveló contradicciones y limitaciones de su modelo político y económico.
Algo que no contribuye a la imagen de China es el control excesivo que ha ejercido sobre su población con la justificación de conocer los movimientos de los ciudadanos para controlar la pandemia. Si bien es cierto que países de occidente adoptaron medidas similares, China ha ido mucho más allá. Su intrusión en la privacidad de los individuos con sistemas de vigilancia masivos puede extenderse no solo a la restricción de libre circulación sino a otros campos de las libertades individuales.
En este escenario es donde aparecen las denominadas “Dictaduras covid”, que instrumentalizan la pandemia para recortar libertades y tener un control más estricto sobre sus poblaciones como se mencionó. Eso sumado a los esfuerzos y sacrificios que las gentes deben hacer, como dejar de trabajar, por ejemplo, el desempleo masivo y la profunda crisis económica que enfrentarán, han provocado reacciones y revueltas por parte de la sociedad civil. Entonces ¿a qué grado se deben ceder las libertades de los ciudadanos en nombre de la seguridad colectiva liderada por los Estados? Y después de la pandemia ¿disminuirá el poder que han obtenido sobre sus sociedades o se mantendrá?
El gobierno autoritario de China ha intentado “vender” su modelo de respuesta más rápida y eficaz a emergencias como la actual, a diferencia de las democracias occidentales burocráticas y sometidas críticas de la opinión pública. Sin embargo, el semanario The Economist analizó las epidemias que atravesó el mundo desde 1960 y determinó que “las democracias tienden a registrar tasas de mortalidad más bajas que las no democracias y hacerlo en todos los niveles de ingreso”.
Pero como indica Kissinger “la leyenda fundadora del gobierno moderno es una ciudad amurallada protegida por poderosos gobernantes, a veces despóticos, otras veces benévolos, pero siempre lo suficientemente fuertes para proteger al pueblo de un enemigo externo”.
Si bien hay que ser cuidadosos en no exagerar el poder de Estados Unidos, también hay que serlo en no subestimarlo. La universalización del occidentalismo no desaparecerá a causa de la pandemia, esto lo reafirma: su poderío militar, económico y tecnológico, de los que todavía goza. Y sobre todo su ascendencia cultural que logra a través de su comida, videojuegos, películas, etc. Por otro lado, se debe tomar en cuenta que las primeras políticas de Biden como nuevo mandatario estadounidense, apuntan a sacar a EE. UU de la posición aislacionista que adoptó su predecesor, con el objetivo de colocarlo en una posición de liderazgo en el sistema internacional el cual no debió ceder o abandonar.
“Por ahora, [Estados Unidos] no tiene la capacidad de enfocarse en la cooperación internacional, porque primero deben atender sus graves problemas internos, solo China contará con el musculo industrial y financiero para liderar la recuperación global.”
Europa deteriorada
La pandemia ha fortalecido el ascenso de los nacionalismos en distintas democracias consolidadas. En distintos países, sobre todo en Europa, los migrantes ya no son bien vistos por una parte de sus habitantes y la situación está lejos de mejorar debido a que la pobreza que generará la crisis global disparará los flujos humanos (legales e ilegales) hacia zonas o países donde puedan cubrir sus necesidades básicas que se encuentran amenazadas. Esto provocará conflictos internos y división entre distintos grupos étnicos, políticos y sociales, aún más fuertes de las que existían antes del Covid-19.
El bloque de integración más estructurado del mundo y defensora del multilateralismo, la Unión Europea, tuvo una respuesta tardía a los efectos de la crisis, evidenciando una desunión en una etapa crítica, no haciendo frente a los desafíos comunes como un bloque sino individualmente donde cada nación veló por sus intereses y ciudadanos, teniendo resultados dispares por supuesto. Un ejemplo de división fue que “las «hormigas» del norte (Alemania, Holanda, y Austria) no estaban dispuestas a aceptar los eurobonos que servirían para mutualizar las deudas de las «cigarras» del sur (Italia, España, Francia y Portugal)”.
Europa debe mostrar que es más que un área monetaria, de lo contario su tendencia hacia una menor integración, ya en duda por el Brexit y por su lenta respuesta a la crisis sanitaria de sus países miembros, podría acelerar los nacionalismos y populismos en la región, que han relacionado la expansión del virus en sus países debido al flujo migratorio. Como la crisis del coronavirus ha demostrado que la libre circulación de personas no era compatible con una integración como la que manejan, lo que hará necesario una política migratoria y de asilo europea y una mayor coordinación del área Schengen (Benedicto, 2020).
¿Hacia dónde vamos?
En el mundo post pandemia veremos un mundo desordenado en sus relaciones y jerarquías, los desafíos que vienen serán una prueba de fuego para la sociedad global. Las relaciones internacionales no se detienen, es evidente que existe una reconfiguración y redistribución de fuerzas en el sistema internacional. Algunas instituciones se debilitan, otras se reparan y otras se inventan; Estados Unidos continuará a cargo de la supremacía mundial pero sin el grado de influencia que tenía en el pasado porque tendrá que combatir y compartirla con la alianza sino-rusa; deberá hacerse un revisionismo de la globalización que demostró tener debilidades en situaciones de emergencia como la actual; la recesión económica mundial incrementará la pobreza y los Estados intentarán dar respuestas similares a las asumidas en la crisis de 2008; las tendencias como los nacionalismos y populismos se acelerarán dando paso a una conflictividad interna entre distintos grupos y externas al reevaluar políticas migratorias y ceder parte de la soberanía a un ente supranacional deteriorada como la UE ; y el Covid-19 será usado como elemento geopolítico para alcanzar el liderazgo mundial, mediante cooperación y ayuda humanitaria (soft power) y protección militar (hard power).
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Jorge Alejandro Terrazas Gil es estudiante de Relaciones Internacionales de la Universidad Núr, miembro del think tank “Libremente”.